REPORTAJE a Jorge Altamira
El protagonista del “milagro” de las primarias recuerda su infancia en un conventillo, cuando compartía la identidad peronista con toda su familia. Sus inicios en la izquierda con Silvio Frondizi, asesinado por la Triple A, y sus críticas al gobierno “conservador” de Cristina Kirchner, que no impulsa un verdadero progreso social.
Por Magdalena Ruiz Guiñazu
21/08/11 - 01:35
RECUERDO. "Jugando a la pelota en la calle me atropelló un auto. Tenía 6 años. Fue realmente un accidente muy serio. Me llevaron al Hospital de Niños y la operación duró tres horas. Ese fue un milagro. No el ´milagro para Altamira´.?
En las elecciones del domingo, tal como fue el comentario general, hubo un milagro que se llamó Frente de Izquierda. Su candidato a presidente, Jorge Altamira, podrá competir en la elección general del 23 de octubre próximo no sólo por haber alcanzado el piso del 1,5% que exige la nueva ley electoral, sino por haberlo superado.
Todos hablan de usted como de un milagro –le comentamos mientras él, risueño, explica:
—Personalmente, no soy ningún milagro. Nací un día determinado. De una madre. Como todo el mundo. Pero supongo que lo que califican como milagro es que hayamos desafiado positivamente esta exigencia del 1,5 por ciento e incluso la hayamos sobrepasado. Mire, estamos cerca, si no me equivoco, de los 550 mil votos. El mote de “milagro” se refiere a una campaña que iniciaron Jorge Rial y Gustavo Silvestre por las redes sociales, que ellos etiquetaron como “Un milagro para Altamira”. Y yo participé de la entrevista de la que surgió esta idea cuando me entrevistaban a raíz de la campaña política. Luego, ellos declararon públicamente ante sus oyentes que iban a votar al Frente de Izquierda. En ese punto de la entrevista, Rial dijo: “Bueno, yo tengo 850 mil seguidores y el Frente de Izquierda necesita 400 mil. Así es que puedo darles una mano significativa con el pedido de ‘Un milagro para Altamira’”. Yo le contesté: “Si ustedes creen en los milagros… bueno, adelante”. Pocos minutos más tarde me enteré, a través de llamados telefónicos, que ya había entrado en Twitter con mensajes de este tipo. Quiero recordar también que la expresión “un milagro para…” proviene de una película de Susan Sarandon, Un milagro para Lorenzo, que luego empezó a popularizarse en la Argentina cuando frente a enfermedades graves o extremas se inicia una campaña con la frase “un milagro para…”. Esto ha quedado como una expresión de uso frecuente y debo reconocer que como propuesta comunicacional llama la atención. Y es lo que vale en estos casos.
—Pero a raíz de todo esto hay tambien mucha curiosidad por saber más acerca de usted, Altamira. En el ciberespacio usted aparece como habiendo participado “…desde pequeño en diversas huelgas…”.
—Quiero aclararle que no hay ninguna posibilidad que “desde pequeño” haya participado en ninguna huelga. Usted se da cuenta de que esto es imposible, ¿no? (risas). Yo era un pequeño como todos los demás. Jugaba a la bolita. Jugábamos a la rayuela. Y tuve un accidente que usted puede comprobar (señala una cicatriz en su mejilla) porque jugando a la pelota en la calle (en aquella época no había un tránsito tan grande como hoy), me atropelló un auto. Tenía 6 años… Y usted sabe que en casa consideraban aquel día, 18 de agosto, como mi segundo cumpleaños. Había vuelto a nacer. Fue realmente un accidente muy serio. Vivíamos cerca del Hospital de Niños y estar a cuatro cuadras me salvó. Con una rapidez extraordinaria me llevaron al quirófano y la operación duró tres horas. Hasta el día de hoy recuerdo el nombre del médico: el doctor Cáceres. Mis padres hablaban de él como si fuera Dios Bueno. Ese fue un milagro. No el “milagro para Altamira”, sino haber sobrevivido a ese gravísimo accidente. Yo iba a la primaria, jugaba a la pelota con mis amigos y esperaba el día de Reyes para ver si me habían traído un regalo. La personalidad de mi padre, muy protagonista en el mundo gremial, invadía nuestro hogar. Y debo admitir que yo, a los 6 años, he llegado a apoyar a mi padre en sus debates políticos con mis tíos sosteniendo que “Papá tiene razón porque yo leí el otro día…” o “Alguien me dijo…”.
—¡Niñito terrible!
—Bueno, pero era fruto de las circunstancias. Además había algo importante: como yo viví en un conventillo hasta los 20 años, una de mis más íntimas amigas, una chiquita, formaba parte de lo que llamábamos “las tamborinas”… por la sencilla razón de que su mamá había votado la fórmula radical Tamborini-Mosca en las elecciones de 1946. Nosotros, en cambio, éramos peronistas. Entonces, cuando la mamá de las amigas más queridas sostenía que el peronismo era una dictadura, yo tenía que defenderme y mi padre, Isaac Wermus, me asesoraba para pelear con las “tamborinas”. Por lo tanto yo tenía una buena escuela porque, lo quisiéramos o no, vivíamos en un ambiente muy politizado. Sin embargo, mi madre no compartía las ideas de mi padre, salvo en lo que se refería al peronismo. En cuanto a lo demás se diferenciaba de él. Por ejemplo, mi padre era ateo y mi madre, creyente. Mi madre tenía mucha personalidad. Por ser el hijo mayor participé, a la hora de la cena, de todas las controversias, que sin duda me aguzaron los sentidos intelectuales.
—¿Y cuándo empieza a militar el niñito terrible?
—Bueno, a mí me golpeó mucho el derrocamiento de Perón en 1955. Me pareció que el mundo había cambiado de eje; que la humanidad se había trastornado, pero, sin embargo, no era un militante. En aquel momento yo ya trabajaba, y en la empresa los delegados querían hacer un acto para el 1º de Mayo. Y como, por trabajar de cadete y en la administración, entraba y salía constantemente de la empresa, me usaron como correo con otros delegados de otras empresas. Yo no entendía demasiado bien lo que estaba haciendo porque, además, no leía los mensajes que llevaba, pero para los delegados quedaba clara mi posición política, sabían muy bien hacia qué lado palpitaba mi corazoncito. Ya entonces pensaba siempre en la clase trabajadora, los obreros organizados, la lucha contra Aramburu y Rojas… Entonces, bueno, confiaban en mí. Era ya un chico honesto. Recuerdo haber ido a laboratorios y sanatorios llevando mensajes, y siempre que la ocasión me lo permitía efectuaba algún desvío y entregaba aquellos comunicados. Aún me recuerdo en la Plaza Miserere, el 1º de Mayo de 1957. Fue algo así como un acta de nacimiento de mi actividad política. En aquel año se había convocado la Constituyente que iba a derogar la Constitución de 1949. Ese fue mi primer acto político, y luego normalicé esta actividad al relacionarme con Silvio Frondizi, hermano del presidente Arturo Frondizi.
—Un hombre muy interesante y valioso que luego asesinan los secuaces de la Triple A.
—Efectivamente. Un crimen atroz. Como decíamos, un hombre muy interesante con un grupo en el cual el aprendizaje intelectual era muy intenso. El había escrito un libro encomiable, La realidad argentina. Devoré sus páginas. Además, Silvio Frondizi era impactante por otra circunstancia: en febrero de 1958 fue a votar en blanco con argumentos que me resultaron sorprendentes; ya entonces advertía las contradicciones de su hermano Arturo que luego quedarían en evidencia. Esto para mí resultó mi primera experiencia política. Bastante formativa por cierto. Yo tenía entonces 16 años.
—Y de ahí en más no paró nunca.
—Efectivamente. Y en 1960 tuvimos una escisión con Silvio Frondizi… Fíjese que yo tenía entonces 18 años… ¡Qué distintos éramos en aquella época de lo que sería hoy un chico de esa edad! En aquel momento, el objetivo del grupo que dirigía Silvio Frondizi era construir un partido obrero, y a raíz de una serie de discusiones y experiencias, Silvio se aparta. El nos orientó hacia la clase trabajadora y esto era así al punto que yo, que no vivía en Mataderos, empecé a hacer una actividad militante para el grupo de Frondizi en ese barrio, con personas que vivían allí y que pertenecían, en general, al Sindicato de Jaboneros ubicado en Avenida de los Corrales, porque allí estaba la fábrica de Jabón Federal. Y esto me llevó a ser protagonista (como puede serlo un joven de 17 años) de una huelga general muy conmocionante. Me refiero a la del Frigorífico De la Torre, que en un par de horas se transformó en una huelga general indefinida en todo el país. El entonces presidente Frondizi, que tenía que ir a Estados Unidos a entrevistarse con John Kennedy –creo que por primera vez en la historia presidencial–, tuvo que utilizar un helicóptero para poder llegar al Aeropuerto de Ezeiza Los bloqueos en la avenida General Paz hacían imposible otra vía. Sin duda, días conmocionantes. Creo que fue la primera vez que la burocracia sindical resultó derrocada por un lapso de sesenta días. El poderoso movimiento de las 62 Organizaciones estuvo en manos de delegados y no de burócratas. Luego, claro, los burócratas retomaron el control.
—Y hoy, Altamira, ¿cómo ve al movimiento obrero? ¿Y al secretario Moyano?
—Mire, esto es como en Rusia. Cuando un burócrata afirma su dominación, destruye una oposición, gana confianza en sí mismo, suele decir lo siguiente: “Soy un burócrata. Vivo mejor que los obreros pero no tengo nada sólido. Algo sólido sería la propiedad”. Entonces, los burócratas rusos, que se llamaban comunistas, una vez que sintieron que no tenían oposición…¿Usted sabe que el viejo Bureau del Partido Comunista en Rusia controla las principales empresas en calidad de capitalistas privados? Lo mismo ocurre con la burocracia sindical: se sienten con confianza. Entonces la obra social contrata con la familia del burócrata del sindicato, contrata servicios para empresas y se convierte en un burócrata empresarial. Tiene los pies afianzados en los dos lugares. De su lado y del contrario. Sobre todo del lado contrario, porque es allí donde él apuesta. Y el caso más espantoso fue el de Pedraza, que contrataba obreros ferroviarios para una empresa tercerizada: Mercosur. Por lo tanto, cuando los obreros tercerizados reclaman (ya que su actividad es la misma que la de los obreros bajo convenio) ingresar a lo que llamamos la planta permanente del Ferrocarril, uno de los principales opositores de los obreros ferroviarios que reclaman sus derechos laborales es Pedraza. Y esto origina el crimen de Mariano Ferreyra.
—¿Y cómo ve el país, Altamira? Acabamos de pasar las primarias.
—Bueno, con independencia de esa paliza del domingo pasado, si recordamos la hiperinflación de Alfonsín y luego la crisis de 2001, queda demostrado que hay una estructura social que está superada y que no tiene ni habilidad ni capacidad para impulsar un desarrollo autónomo y un progreso social. La circunstancia de que haya el 35% de trabajadores precarizados, que el 80% de los trabajadores ganen promedio menos de 3 mil pesos y que, a partir de septiembre, un jubilado cobre 1.434 pesos, es una demostración de esta situación. Naturalmente, el Gobierno que surge en 2003 elabora un programa de transición para salir de la debacle, pero no hay un cambio estructural. Lo he dicho repetidamente: este es un gobierno conservador. Las estructuras fundamentales del período menemista siguen en pie cuando ellas mismas no tienen condiciones de sobrevivir. Le doy un ejemplo: todo el sistema de privatización de servicios quebró como consecuencia de esa crisis. Quebró porque estaba endeudado en dólares y el consumidor argentino no está en condiciones de pagar precios europeos por las tarifas. A partir de Duhalde el gobierno declara un régimen de emergencia e interviene con una carpa de oxígeno; hace 11 años que lo mantiene en pie. Siempre a través de subsidios. Una reforma profunda, en cambio, hubiera sido la siguiente: si no funciona esta estructura social de servicios privatizados, el Estado la toma (no es que subsidie) y entonces orienta una modernización de esos servicios porque, de una forma u otra, va a aplicar recursos del Estado. Entonces, vuelve a subsidiar un interés privado. Reorganicemos una estructura económica que se ha quebrado en función de un salto. Ahora el Gobierno tiene el problema de que, como consecuencia de este congelamiento, se ve bajo la presión de que los subsidios ya no alcanzan y van en aumento, y van a producir una estampida inflacionaria. Fíjese: es una inflación del 25% y hay que agregarle el combustible de un aumento tarifario. Es enorme. Y ese aumento tarifario está permanentemente planeando, porque inmediatamente después de que ganara la Presidenta, el domingo pasado, un grupo importante vinculado al gobierno, el grupo Mindlin, compra Edelap. Y mi pregunta es: ¿por qué compra una empresa que tiene las tarifas congeladas? Bueno, porque sabe que después de octubre va a haber una liberación.
—Usted dice que ésa es una parte del problema.
—El otro aspecto es el siguiente: nos estamos quedando sin reservas energéticas. En una época teníamos reservas comprobadas de gas por nueve años. Teníamos reservas de petróleo y un regimen de privatización instaurado por Menem que habilita la importación de petróleo y, por lo tanto, pagamos precios internacionales. En esta crisis tenemos como consecuencia que las empresas no invierten y la totalidad de las utilidades (por lo menos en este momento) se transforman en dividendos. Por lo tanto, en una remuneración directa al accionista en vez de convertirse en inversión. Tomemos el ejemplo de Repsol: saca su dinero de la Argentina y de otros países y nos encontramos con la perspectiva de ser importadores de petróleo cuando desde 1958/60 la Argentina se autoabastece. Como usted puede ver, la llamada “emergencia” que instaura el Gobierno y en primer término es proclamada por Duhalde y luego por Kirchner, es extremadamente precaria y nos devuelve al punto de partida. La Argentina necesita una reorganización completa de su economía, para asegurar que exista un proceso productivo y un ascenso social de los trabajadores. El papel de los trabajadores en esa reorganización, desde el punto de vista del Frente de Izquierda y el Partido Obrero, es el decisivo.
—¿Cómo se instrumentaría?
—En primer lugar, con ciertas fuentes fundamentales de la acumulación. Y cuando me refiero a acumulación hablo de la retención del ahorro nacional como base para una proliferación económica que establezca prioridades de interés nacional y no que sea el capital internacional quien nos fije prioridades en función de su beneficio privado. Esto requiere una serie de medidas de nacionalización. El caso del petróleo es evidente. Han vaciado energéticamente a la Argentina. Es un tema bien claro. El otro caso, a pesar de la importancia de los bancos estatales, es el problema del sistema bancario privado que canaliza una parte importante del ahorro nacional y hace de ello un uso relativamente parasitario. Por ejemplo, el crédito hacia el consumo con tasas de interés extremadamente elevadas. Falta también crédito a largo plazo. No hay crédito hipotecario de ningún tipo y si llegara a haberlo tendría un costo muy elevado e inaccesible para la gente que quiere construir su vivienda.