Radiografía del nuevo papado
Fue una elección de emergencia. La rapidez con la cual Jorge Bergoglio fue consagrado para ocupar el “sillón de Pedro” buscó sacar a la sucesión de Benedicto del impasse del cónclave, dominado por la situación de colapso de la cúpula vaticana. “La cuestión central (en la ‘santa sede’) es la gobernabilidad”, sostuvo John Allen, el biógrafo del Papa saliente, al explicar la urgencia de los cardenales electores, “tras ocho años de desgobierno”. Una manera elegante de aludir a la masa sin precedentes -sin embargo parcial y opaca- de delitos, crímenes y fraudes que llevó a la renuncia de Benedicto. La oscuridad cubre los “informes secretos” que provocaron la fuga de Ratzinger y que ni siquiera fueron revelados al puñado de 114 cardenales que debían elegir al sucesor. “Ve, Francisco, y repara mi Iglesia en ruinas”, le habría dicho, según la leyenda, Jesucristo a Francisco de Asís varios siglos atrás. Bergoglio, rebautizado Francisco, se ha puesto el manto de bombero.
En las reuniones previas al cónclave, la negativa del secretario de Estado del Vaticano, Tarcisio Bertone, a entregar los informes secretos a los cardenales electores fue, precisamente, lo que terminó por convencerlos de que la cosa no daba para más. La continuidad del “partido romano” (casi un cuarto del total del colegio de obispos) amenazaba con hacer estallar el burdel vaticano, donde -según los informes negados- opera, entre otros, un llamado “lobby gay”. Los vaticanistas informan que el papable brasileño, Odilio Scherer, quedó liquidado como candidato cuando ensayó una defensa de la labor del IOR (Banco del Vaticano). Las operaciones del IOR se encuentran objetadas por instituciones vinculadas con la Comisión Europea que se dedican al rescate del sistema bancario europeo. El Banco Vaticano estaría en una situación de quiebra, vaciado por operaciones con la mafia, lavado de dinero y negociados de la propia cúpula “romana”.
La descomposición del “partido romano” hizo fracasar al otro papable, un italiano crítico, el arzobispo de Milán Angelo Scola, que era promovido por los obispos yanquis y germanos- aunque quizá con esa propuesta se buscó evitar que Bergoglio se expusiera prematuramente. Algunos especialistas aseguran que el obispo norteamericano Tymothy Dolan maniobró para la designación de Bergoglio desde el mismo día de la renuncia de Benedicto. Había una conciencia clara de que se operaba al borde de un abismo.
¿Kirchnerismo papal?
Por eso es prácticamente unánime la opinión de que Bergoglio tendrá que proceder con cierta audacia. Un teólogo acaba de asegurar que, si no se detiene la descomposición de la curia vaticana, los “monumentales templos del continente pueden quedar convertidos en museos”. Bergoglio está obligado a jugar de rescatista, una tarea imposible para una institución históricamente decrépita.
Cuando Bergoglio, en 2000, se encumbró como jefe del episcopado local, las relaciones sociales se encontraban en proceso de disolución. Carlos Pagni, editorialista de La Nación, consigna que Bergoglio consideró en términos positivos, hace una década, la operación de rescate de los K. Cuando la Argentina capitalista se derrumbaba, Bergoglio convocó a la mesa de “diálogo social”, donde participó la CTA, para sostener al gobierno de Duhalde, que estaba procediendo a una gigantesca confiscación social. Algo recuerda de estos hechos Horacio Verbitsky cuando califica a Bergoglio de “populista” -la misma denominación que Ernesto Laclau, el ‘teórico’ de los K, reserva para el kirchnerismo. El vicegobernador bonaerense, Gabriel Mariotto, y el jefe del Movimiento Evita, Emilio Pérsico, califican a Bergoglio de “peronista”. Una vez repuestos de la sorpresa, los K piensan, al revés que el chavista Nicolás Maduro, que la designación de Bergoglio como Papa fue negociada por Néstor Kirchner desde el más allá.
Como Argentina en 2002, Europa enfrenta ahora una poderosa tendencia a la desintegración social y política. El ‘populismo’ de Bergoglio encaja con una de las variantes que podrían llenar el ‘vacío de poder’: el bonapartismo, que casi siempre es en Europa el umbral del fascismo. Bergoglio, quien acaba de confesar su admiración por Claudio Lozano, es partidario del keynesianismo. Pero el keynesianismo supone, en Europa, un repliegue a la autarquía, a la formación de bloques rivales y, por último, a la guerra. El obispo de Roma opera en el cuadro de la gigantesca crisis en Europa y en su entorno inmediato -la República italiana, cuyo nacimiento el papado intentó abortar.
Después de fracasar con un cardenal alemán, que compaginaba con la política del Bundesbank, los cardenales fueron a buscar Papa en la ‘finisterra’, donde termina el mundo. Es una metáfora de la bancarrota de la Unión Europea, la Europa del capital.
Confusión
Pasado el fasto y la pompa que abruman como una inundación, Francesco tendrá que actuar. Por ahora, en los principales puestos vaticanos siguen los hombres del “partido romano”, provisoriamente confirmados. Todos los analistas insisten en que a Bergoglio lo caracteriza la “cautela”, abriendo el paraguas sobre los compromisos que vendrán para conformar su gabinete en el reinado de Roma. Veremos.
En la confusión general, todos reivindican al nuevo Papa, desde represores como Menéndez hasta los clericales ‘progresistas’. Hans Kung, el líder intelectual del progresismo católico, luego de plantear que no esperaba un Gorbachov en el Vaticano, le ha prendido una vela a Bergoglio. Pero Gorbachov fracasó en su pretensión de ‘reforma’ (perestroika), dejando el paso a un gobierno de la oligarquía pseudo capitalista y de los servicios de seguridad.
Donde la confusión campea suelta es en el oficialismo. CFK salió corriendo a Roma, luego de que Moreno advirtiera que “el pueblo está contento”. Debe haber advertido también que CFK deberá buscarse un sucesor, salvo que las intrigas en el Vaticano marchen más rápidas que la crisis del ‘modelo’. Difícilmente, sin embargo, un hundimiento en Europa le ofrezca un respiro a la “Argentina kirchnerista” (sic).
Pablo Rieznik
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