Los mandatarios de los países del G-20 son pájaros de mal agüero. Luego de una ‘fructífera’ reunión en Toronto, Canadá, el fin de semana pasado, el martes siguiente se produjo un derrumbe generalizado en las bolsas de Estados Unidos, Europa, China y Japón. Los detonantes de la crisis fueron: 1) el conocimiento de que el Banco Central Europeo renovaría los préstamos que concedió a los bancos solamente por tres meses, por alrededor de 600 mil millones de euros; 2) los datos de la caída de las ventas de casas en Estados Unidos (el hundimiento de las agencias estatales que garantizan el crédito hipotecario) y el agravamiento de la crisis fiscal de sus Estados; 3) la corrección a la baja del crecimiento de China y el pronóstico de que caerán sus exportaciones a Europa. Pero esta es la parte anecdótica de la noticia, porque la principal es la confirmación de que buena parte de los bancos de Europa están en quiebra (en especial los alemanes y los españoles) y de que Grecia vuelve a pagar tasas usurarias para renovar sus vencimientos de deuda. Para mediados de julio está previsto un vencimiento de la deuda de España, por casi 20 mil millones de dólares, que nadie sabe cómo se hará frente. Esto ocurre cuando está vigente el fondo de garantía de Grecia, por 160 mil millones de dólares, y del conjunto de la zona euro, por casi un billón de dólares. El respaldo de fondos públicos no ha servido para detener el derrumbe en lo más mínimo. El alcance de este nuevo ‘martes negro’ para el conjunto de la economía es que tiene mucho que ver con el progresivo congelamiento de los préstamos entre bancos, o sea la posibilidad de una nueva quiebra de bancos, nuevo congelamiento del crédito y, por lo tanto, del proceso industrial en general. El caso de Grecia es ejemplar, porque la incapacidad de pagar la deuda, unida al corte del respaldo del Banco Europeo, llevará a la quiebra de los bancos locales controlados por los bancos franceses y alemanes. Crecen por eso los reclamos para que Alemania acepte una quita de la deuda de Grecia. La llamada tasa Libor, que mide los préstamos interbancarios de corto plazo, sigue subiendo sin pausa. La opinión convencional ya está aceptando la posibilidad de la doble caída, en forma de W, o sea un retorno a finales de 2008; fue lo que ocurrió en la depresión que comenzó en 1929. No es para nada ajena a este derrumbe la ola de movilizaciones obreras que sacude el verano europeo, pues pone en evidencia los límites potenciales del ajuste que impulsan los Estados respectivos. Aunque la burocracia ha conseguido contener a esos movimientos hasta ahora dentro de límites estrechos, la huelga del subterráneo de Madrid podría indicar otra cosa: el estallido de la fuerza elemental de los trabajadores que aparta sin miramientos a la burocracia sindical. Es lo que ha venido ocurriendo en China y, la semana pasada, con la huelga activa y combativa de 300 mil obreros que trabajan en la industria textil de Bangladesh, subcontratista de las grandes firmas de indumentaria.
El derrumbe del martes tiene un interés especial porque sirve para demostrar la falacia que enfrenta a los partidarios del ajuste fiscal, por un lado, y a quienes postulan aumentar los estímulos financieros, por el otro, como recursos supremos para evitar una catástrofe generalizada. Es que la corrida bancaria del martes en Europa puso de manifiesto que los fondos que entrega el Estado para reactivar la economía no han sido usados por los bancos para depurar sus balances de las deudas que han contraído u otorgar créditos, sino para especular con las deudas públicas que ahora el Estado no puede pagar. El ‘estímulo’ no contiene la crisis sino que la amplifica, pues opera a través del canal de los bancos que ‘provocaron’ la presente crisis, en primer lugar. Mientras el ‘ajuste’ conduce directo a la recesión y, por lo tanto, al impago de la industria a los bancos y a la crisis bancaria; el ‘estímulo’ incrementa el ‘apalancamiento’ de los bancos (o sea, aumenta la relación de sus deudas en relación con el capital) con dinero del Estado, acentúa la crisis fiscal y concluye en la bancarrota financiera (el mismo camino tiene dos puntos de partida). La emisión monetaria gigantesca de la Reserva Federal en beneficio de los bancos en Estados Unidos ha sido la fuente de la especulación bursátil de 2009 en ese país y en el extranjero, y de la especulación con la deuda pública nacional y extranjera. Esta especulación explica la alta cotización de los bonos del Tesoro norteamericano y el fenómeno deflacionario en Estados Unidos, porque la deuda pública desaloja al crédito en la absorción del dinero circulante. La W, o doble caída, es un resultado del ‘estímulo’ que quiere ahora contener el ‘ajuste’. Por otra parte, ningún ‘estímulo’ puede sustituir a la motivación fundamental del capitalismo: la tasa de ganancia que ‘remunera’ a su capital. Esta ‘remuneración’ no levanta cabeza en medio de una inmensa sobreproducción de mercaderías y de capitales.
La alabada intervención del Estado no tiene lugar como contraposición a la economía (capitalista), porque procede con sus mismos métodos: financiamiento de los bancos con emisión de la banca central. Pero operar de otro modo chocaría con los bancos, en primer lugar, y con el conjunto del capital en general. La ‘socialización de las pérdidas’ por parte del Estado reproduce el sistema que entró en crisis; para salir del paso debería ‘socializar’ también, al menos parcialmente, al propio capital, o sea operar, parcialmente, con parámetros no capitalistas. Pero semejante acción tiene límites insalvables: el fundamental es que acentúa las expresiones de disolución de la clase capitalista, pero también porque puede acentuar, si no desarrolla la productividad del trabajo, la caída de la tasa de beneficios; y si lo hace, la disminución de la demanda de consumo personal con relación al nuevo capital empleado.
La salida a la crisis no puede escapar a las leyes de la crisis: quiebras en gran escala, perjuicios catastróficos contra la fuerza de trabajo, reestructuración económica y social de conjunto. Pero éste es también el camino que conduce a la revolución social, que nace cuando la contradicción entre las relaciones de producción, por un lado, y el desarrollo de las fuerzas productivas, por el otro, resulta insuperable.
Cuando el premio Nobel de Economía Paul Krugman postula un ‘estímulo’ ilimitado por medio de la emisión de moneda para reactivar a la economía norteamericana, tiene en claro que esto lo lleva a una guerra comercial, que es lo que propugna precisamente contra China. Es que sin proteccionismo el ‘estímulo’ en un país, Estados Unidos, se escurre al conjunto de la economía mundial o lleva a la devaluación del dólar. Detrás de las discusiones estériles del G-20 asoma la guerra comercial y la disgregación de la economía mundial.
El derrumbe del martes tiene un interés especial porque sirve para demostrar la falacia que enfrenta a los partidarios del ajuste fiscal, por un lado, y a quienes postulan aumentar los estímulos financieros, por el otro, como recursos supremos para evitar una catástrofe generalizada. Es que la corrida bancaria del martes en Europa puso de manifiesto que los fondos que entrega el Estado para reactivar la economía no han sido usados por los bancos para depurar sus balances de las deudas que han contraído u otorgar créditos, sino para especular con las deudas públicas que ahora el Estado no puede pagar. El ‘estímulo’ no contiene la crisis sino que la amplifica, pues opera a través del canal de los bancos que ‘provocaron’ la presente crisis, en primer lugar. Mientras el ‘ajuste’ conduce directo a la recesión y, por lo tanto, al impago de la industria a los bancos y a la crisis bancaria; el ‘estímulo’ incrementa el ‘apalancamiento’ de los bancos (o sea, aumenta la relación de sus deudas en relación con el capital) con dinero del Estado, acentúa la crisis fiscal y concluye en la bancarrota financiera (el mismo camino tiene dos puntos de partida). La emisión monetaria gigantesca de la Reserva Federal en beneficio de los bancos en Estados Unidos ha sido la fuente de la especulación bursátil de 2009 en ese país y en el extranjero, y de la especulación con la deuda pública nacional y extranjera. Esta especulación explica la alta cotización de los bonos del Tesoro norteamericano y el fenómeno deflacionario en Estados Unidos, porque la deuda pública desaloja al crédito en la absorción del dinero circulante. La W, o doble caída, es un resultado del ‘estímulo’ que quiere ahora contener el ‘ajuste’. Por otra parte, ningún ‘estímulo’ puede sustituir a la motivación fundamental del capitalismo: la tasa de ganancia que ‘remunera’ a su capital. Esta ‘remuneración’ no levanta cabeza en medio de una inmensa sobreproducción de mercaderías y de capitales.
La alabada intervención del Estado no tiene lugar como contraposición a la economía (capitalista), porque procede con sus mismos métodos: financiamiento de los bancos con emisión de la banca central. Pero operar de otro modo chocaría con los bancos, en primer lugar, y con el conjunto del capital en general. La ‘socialización de las pérdidas’ por parte del Estado reproduce el sistema que entró en crisis; para salir del paso debería ‘socializar’ también, al menos parcialmente, al propio capital, o sea operar, parcialmente, con parámetros no capitalistas. Pero semejante acción tiene límites insalvables: el fundamental es que acentúa las expresiones de disolución de la clase capitalista, pero también porque puede acentuar, si no desarrolla la productividad del trabajo, la caída de la tasa de beneficios; y si lo hace, la disminución de la demanda de consumo personal con relación al nuevo capital empleado.
La salida a la crisis no puede escapar a las leyes de la crisis: quiebras en gran escala, perjuicios catastróficos contra la fuerza de trabajo, reestructuración económica y social de conjunto. Pero éste es también el camino que conduce a la revolución social, que nace cuando la contradicción entre las relaciones de producción, por un lado, y el desarrollo de las fuerzas productivas, por el otro, resulta insuperable.
Cuando el premio Nobel de Economía Paul Krugman postula un ‘estímulo’ ilimitado por medio de la emisión de moneda para reactivar a la economía norteamericana, tiene en claro que esto lo lleva a una guerra comercial, que es lo que propugna precisamente contra China. Es que sin proteccionismo el ‘estímulo’ en un país, Estados Unidos, se escurre al conjunto de la economía mundial o lleva a la devaluación del dólar. Detrás de las discusiones estériles del G-20 asoma la guerra comercial y la disgregación de la economía mundial.
Jorge Altamira
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