Cuando, en la madrugada del lunes 10 de mayo pasado, los jefes políticos de la llamada "zona euro" (y del FMI) anunciaron que el monto del paquete de ‘rescate' de 110 mil millones de euros para Grecia se convertiría en otro de 750 mil millones de euros con un destino más general, extendieron la cesación de pagos a otros Estados: en primer lugar, Portugal y España, atrás Irlanda e Italia.
El apresuramiento del anuncio obedecía a lo desesperante de la situación, que el viernes precedente se había manifestado en un derrumbe del euro y de todas las Bolsas. Asimismo, faltaban minutos para la apertura de la ronda de negocios de Tokio, que podía producir un ‘lunes negro' y quebrar al mercado monetario (préstamos entre bancos). Dejaba de estar en juego solamente el destino de un Estado que representa el 3% del Producto Bruto de la Unión Europea, para alcanzar a otros que reúnen el 25% del conjunto de su economía. A pesar de esta nueva operación gigantesca de rescate, hay quienes aún cuestionan nuestra caracterización de la crisis en curso como una "bancarrota capitalista mundial".
Para forzar este socorro tuvieron que intervenir los bancos de Europa expuestos a Grecia -en primer lugar, el Deutsche Bank. La banca alemana ve en un derrumbe de Grecia una amenaza, a término, a su propia sobrevivencia, o sea una enorme pérdida de capital, una paralización del crédito y una secuela de quiebras. El segundo en apretar las clavijas para apresurar el paquete fue el secretario del Tesoro de Estados Unidos (un hombre de la primera banca de inversión del mundo, Goldman Sachs) y, en seguida, el propio Obama. Los primeros cinco bancos norteamericanos se encuentran expuestos en forma directa a los bancos y empresas en Europa por unos 600 mil millones de dólares (si se contabiliza su exposición a la deuda pública, el total sería de un billón de dólares). Así, el anuncio de la UE dejaba al desnudo que Grecia se encuentra, a todos los fines prácticos, en ‘default': la deuda pública de Grecia es un 250% superior a todos los activos financieros radicados en ese país. No alcanzaría la confiscación de toda esa riqueza financiera para cancelar los 400 mil millones de dólares de la hipoteca contraída por el Estado. La crisis iniciada en Grecia ya tiene una expansión que amenaza al sistema financiero mundial.
‘Corralito'
El paquete que emergió esa trasnoche mostró de inmediato sus limitaciones insuperables. El grueso del aporte de los Estados al Fondo de Estabilidad (es decir, de ‘rescate') -440 mil millones de euros- no está constituido por dinero efectivo sino por garantías. Se hace efectivo solamente cuando el costo del refinanciamiento de la deuda en cada vencimiento sobrepasa un nivel aceptable de tasa de interés. Con este procedimiento, el paquete fuerza a Grecia a atravesar nuevos episodios de crisis para acreditar su derecho al salvataje.
El otro aspecto es que el Fondo no se financia con la emisión de una deuda única de todos los Estados de la zona, como lo hace, por ejemplo, el gobierno federal en Estados Unidos. Los Estados europeos financiarán su aporte del Fondo en forma separada, lo que pone en duda todo el paquete dada la diferente solvencia de cada uno de ellos. El costo financiero de la operación podría ser elevado (si no insoportable) para los Estados más débiles -lo cual vestiría a un santo para desvestir a otro. Como no existe un sistema fiscal común, los ‘inversores' en deuda pública requerirán tasas de interés de ‘default' a los Estados menos solventes. La crisis ha puesto de manifiesto las limitaciones de la estructura política o institucional de la UE, que no es la de un Estado nacional. Este vacío es llenado en forma progresiva por Alemania, que exige que el paquete sea acompañado por un derecho de inspección de las cuentas públicas de los estados, incluida la posibilidad de vetar sus presupuestos. El paquete deja plantada la intención de superar el fraccionamiento nacional por medio de una anexión política de los Estados más débiles por los más fuertes. No estamos, entonces, solamente ante una operación de saneamiento de cuentas públicas o de refinanciación de deuda, sino ante un proceso político más general o estratégico.
La crisis tiende a devolver a Alemania 'la condición política' que había perdido como consecuencia de su derrota en la guerra, hasta la anexión del sector oriental en 1989. La tendencia a transformar en forma clara a la UE en un régimen de protectorados de Alemania, y secundariamente de Francia, plantea una completa reestructuración capitalista de las relaciones sociales al interior de sus países (‘ajustes', sometimiento estrecho de la finanza pública al salvataje del capital, remodelación de las relaciones laborales), que se desarrollará por medio de crisis políticas y una agudización extraordinaria de la lucha de clases.
Los pueblos de Europa vuelven a enfrentarse, en perspectiva, a la misma tragedia que los llevó a dos guerras mundiales. Como la historia se repite cuando las viejas contradicciones y conflictos históricos no han sido resueltos, para evitar que ello ocurra es necesaria la victoria de la revolución social. La repetición histórica o el ‘eterno retorno' es una ley condicionada -por la propia historia.
Naturalmente, el aspecto esencial del paquete es el rescate del capital a costa de los ingresos, los derechos y las conquistas sociales de las masas. Pero no solamente de los países endeudados sino también de los acreedores. La deuda pública impagable con los bancos y los otros especuladores se convierte, por medio del paquete, en deuda de los Estados insolventes con los Estados rescatistas que han armado el Fondo de Garantía, los que se convierten, así, en titulares de los créditos incobrables que se encuentran hoy en poder de los bancos. Este ‘rescate' estatal de la banca privada produce una modificación fundamental en la crisis: que los créditos estatales no pueden ser ‘reestructurados' con quitas, como sí ocurre con la deuda del Estado con acreedores privados. No pueden, por lo tanto, ser objeto de una desvalorización, sino a lo sumo reprogramados, lo que alarga la hipoteca en el tiempo. Pero sin este ‘recorte' (‘hair cut'), las deudas en default son definitivamente impagables. Argentina, por ejemplo, impuso una quita a la mitad de su deuda -la que se encontraba en poder de tenedores privados- pero tuvo que pagar el ciento por ciento de la que se encontraba en manos de instituciones internacionales (Banco Mundial, BID y Kirchner hasta pagó al FMI por adelantado).
El paquete de la Comisión Europea) bloquea a las naciones insolventes el recurso a una institución fundamental del capitalismo: la convocatoria de acreedores y la quiebra judicial, que incluyen la posibilidad de una quita en la deuda. El bloqueo de este mecanismo equivale a una suerte de ‘corralito' fiscal o una cesación de pagos sin fin. Como la estatización de los créditos bancarios contra Grecia se realiza progresivamente, cualquier contingencia podría forzar a discutir una quita de la deuda que queda pendiente. Fuera de esto, lo que queda es que la deuda de Grecia se reprograme en el tiempo, sin quita y con los intereses que establece el paquete. Grecia se convertiría, en este caso, en un protectorado financiero (de largo plazo) de la Comisión europea, principalmente Alemania.
El paquete desarrolla, además, la crisis a un nuevo nivel. Los bancos se ven protegidos de un default y hasta de la posibilidad de quitas y obtienen también una intervención de sus Estados para que la deuda sea pagada con la venta de patrimonio público, o sea mediante el desguace del Estado endeudado. Es así que Italia se apresta a entregar su patrimonio cultural a las comunas o regiones, que lo utilizarán como garantía de nuevas deudas o para pagar las existentes. Esta es la esencia del federalismo padano (La Lega de Ugo Bossi). El capital refuerza, además, su capacidad de presión para liquidar niveles salariales y derechos laborales, especialmente en la industria; para elevar el nivel de explotación y restaurar, de este modo, la tasa de beneficio que es la base última de toda la bancarrota en curso. Pero este sería, precisamente, el camino de la deflación, de la depresión y del estallido social.
No es una devaluación es una crisis
Todos los observadores coinciden, sin embargo, en señalar que la pieza central del ‘rescate' europeo es la decisión del Banco Central de Europa de aceptar como garantía para otorgar préstamos títulos que tengan calificación de ‘basura' (lo que saca del apuro a cualquier banco) y emitir euros para comprar deuda pública de los Estados de la zona euro. Es la confesión de que la parte restante del paquete tiene agujeros y limitaciones ostensibles. Aparentemente, ya empezó fuerte con esta operatoria, porque habría comprado títulos públicos, en la primera semana, por unos 40 mil millones de euros. Aquí también entramos en una nueva etapa: la emisión de moneda sin respaldos reales, para sostener deudas públicas con tendencia a la desvalorización, deberá producir una fuerte devaluación del euro. Para contrarrestar este ‘daño colateral', ha prometido absorber la moneda que emita mediante la colocación de bonos propios, o sea que se convierte en acreedor nuevo de los Estados (por los títulos que compra) y en deudor de los bancos y fondos especulativo (por los títulos propios que les vende); obtiene deuda mala por la compra de títulos públicos y cede deuda buena -la de sus propios bonos a los bancos. Esta operación ruinosa debería provocar un alza en las tasas de interés, y perturbar todavía más el desarrollo de la crisis. Es un claro paso hacia la privatización del BCE. En Estados Unidos ocurre lo mismo, y aún más -porque la Reserva Federal compra, además de títulos públicos, ‘activos basura' de los propios bancos. Pero Estados Unidos corre con ventajas únicas: la emisión del dólar es relativamente aceptada porque es una moneda de reserva y es utilizada (65%) en el comercio internacional; además es respaldada por un fisco único; no necesita, todavía, absorber emisión, e incluso paga un interés a los bancos que depositan en el Banco Central. Una emisión de euros y la devaluación correspondiente le quita a esta moneda la ventaja diferencial que le permitía competir (atraer capitales) con un dólar que tendía a la devaluación como consecuencia de su emisión. De todos modos, la corrida contra las Bolsas del viernes 4 golpeó a Wall Street más que a ninguna otra Bolsa: llegó a caer mil puntos durante la jornada, un 10%, que no fue un error de tipeo sino un verdadero derrumbe. Mostró un vacío o falta de compradores y, por lo tanto, la posibilidad de un derrumbe generalizado en pocos minutos, como ocurrió en el crash de 1987, cuando cayó un 25% en un breve lapso de tiempo y obligó a cerrar las operaciones. Las acciones de Accenture, una consultora inglesa con una capitalización de 23 mil millones, cayeron a un centavo de dólar por unidad. Protcter & Gamble cayó un 35%. Varios intermediarios dejaron de operar y el Nasdaq anuló las operaciones en los 40 minutos que duró el derrumbe. Fue un ‘ensayo general' de un derrumbe bursátil en Wall Street.
Todas las desventajas de la zona euro - Estados insolventes, ausencia de un Tesoro único, incapacidad para financiarse con emisión de deuda única, limitaciones del BCE -fue lo que vieron un grupo de fondos especulativos (incluido Soros), que se reunieron el 8 de febrero último en Nueva York para organizar un ataque contra el euro (The Wall Street Journal Europe, artículo de tapa, 26/2) vendiendo euros contra dólar y, por sobre todo, comprando oro; (el principal mercado de transacción de oro tiene reservas superiores a las del BCE). Esta declarada conspiración (así la califica el diario) no ha merecido siquiera una investigación. El ataque contra las deudas públicas de los Estados llamados PIIGS apuntaba, en lo fundamental, a desvalorizar el euro y permitir beneficios extraordinarios en consecuencia. El euro es también el blanco que los fondos de cobertura (‘hedge funds) han designado para desbaratar los intentos del gobierno de Obama de ‘regular' a estos piratas, lo que se manifiesta asimismo, en Estados Unidos, en torno a la investigación por la responsabilidad de Goldman Sachs en acelerar el estallido de la crisis hipotecaria en 2007.
La especulación capitalista juega un fenomenal papel disolvente en el desarrollo de la crisis capitalista; no es un fenómeno caprichoso sino imperioso, pues los capitales no podrán sobrevivir a la crisis sino en una lucha de unos contra otros y contra el propio Estado. El entrelazamiento de los capitales que se desarrolla en los períodos de apogeo se convierte en su contrario durante la crisis. Lo que se manifiesta como una conspiración de un puñado de ricachones es una lucha por la supervivencia en el marco de la bancarrota. Es atendible, sin embargo, que la Unión Europea pueda ver esta desvalorización de su moneda con buenos ojos, ya que abarataría el precio de su fuerza de trabajo y de su producción y exportaciones, además de desvalorizar las deudas públicas nominadas en euros. O sea que la desvalorización del euro sería una salida para las necesidades devaluatorias de los países en cesación de pagos.
Pero precisamente porque goza de estas ventajas, la devaluación del euro plantea una crisis con Estados Unidos y especialmente con China, porque afecta las exportaciones de estos a Europa -el principal mercado de China. Desde la crisis asiática de 1998 y, luego, de la crisis de 2000/2, la alta valorización del euro permitió un gran desarrollo del comercio internacional de China, en primer lugar hacia Europa y en segundo lugar al permitir a China a mantener un comercio excedente con Estados Unidos y con los principales países de Asia. Por otro lado, la devaluación del euro alejaría la posibilidad de la revalorización del yuan que Estados Unidos (y Brasil, Argentina, Uruguay) le reclama China; es decir que acentuaría el conflicto comercial con estos países. Un sube y baja de monedas sería el comienzo de la guerra comercial en la presente crisis. Pone definitivamente en la picota la reactivación de China por medio del estímulo estatal y las exportaciones, como lo demuestra el derrumbe de la Bolsa de Shangai del lunes 17 (5%). Por el lado del euro, su débil posición como moneda de reserva determina que sea difícil regularla o graduarla frente a la presión de los especuladores, es decir que puede convertirse en un desmadre monetario y dispare la cotización del oro (es lo que ya ocurre). La manifestación de este peligro es el crédito en dólares que la Reserva Federal otorgó al BCE, en el marco de la crisis del euro. Es una suerte de dependencia de Europa con Estados Unidos. Europa ha pasado en corto tiempo de una crisis bancaria por hipotecas a una crisis de deudas de Estados, luego al comienzo de una crisis monetaria, en seguida a una del euro y ya, claramente, a una crisis política. Los observadores atribuyen la crisis europea a la defectuosa estructuración de la Unión Europea y a la débil base del euro, pero no se trata de nada de esto: es la expresión del estadio histórico, gigantesco, de la presente bancarrota mundial capitalista. La desigualdad de desarrollo entre los países que integran la UE, a la cual se adjudica hoy la causa de la tendencia desintegradora del ‘espacio', es la misma que incentivó hasta aquí las inversiones de los capitales de los países más desarrollados a los menos, pues estos ofrecían oportunidades excepcionales de beneficios. La necesidad de producir una ‘convergencia de economías dispares' fue el motor, que hoy se objeta, del crecimiento de los años precedentes. Obviamente, en lugar de la ‘convergencia' estalló la crisis, pero nunca hubiera podido ser de otro modo.
Política, economía concentrada
Las tentativas de rescate del capitalismo por medio el Estado pueden desviar en el tiempo la bancarrota o repartir en forma diferente sus costos entre los capitalistas, pero nunca evitarla. Las operaciones de salvataje, que en nuestras comarcas han sido designadas por ignorancia como ‘keynesianas', solamente sirven para extender esa crisis y para socavar al Estado. El Estado no tiene la capacidad económica para contrariar la crisis capitalista, porque su base económica no es otra que el capitalismo (que ha entrado en crisis). La bancarrota pone en evidencia un quebrantamiento de las relaciones sociales, que impone, por eso mismo, una reestructuración social y política de conjunto. En la crisis, el Estado importa, no por sus recursos financieros establecidos, sino porque tiene el monopolio de la fuerza y de la violencia -no por sus recursos presupuestarios, incluidos los que pueda sumar la deuda pública, sino por la capacidad para alterar por la fuerza las relaciones de propiedad y de ensanchar así su propia base financiera. Por eso, a finales de 2008, algunos economistas y políticos plantearon, luego de la quiebra de Lehman Brothers, la necesidad de "nacionalizar temporalmente" a los grandes bancos y "estatizar temporalmente" la inversión. Los bancos opusieron, naturalmente, una gran oposición, de modo que el rescate creó un nuevo proceso especulativo, asentado en el uso de recursos financieros del Estado, cuya consecuencia es la crisis de la deuda estatal y una nueva etapa de crisis bancarias. Ahora, vuelven a aparecer voces que reclaman medidas despóticas del Estado para reestructurar la economía: Paul Volcker, ex presidente de la Reserva Federal y asesor de Obama, acaba de decir, por ejemplo, que la reestructuración del sistema financiero no debiera hacerse por medio de nuevas regulaciones sino en "forma compulsiva" (The Wall Street Journal, 14/5). Lo que nadie dice, sin embargo, es que la intervención del Estado compulsiva del Estado pone a prueba la estabilidad de los regímenes políticos. La pregunta de si esta crisis marca el fin del capitalismo, se resuelve en la certeza de que deberá conducir, a término, a situaciones revolucionarias. Es necesario responder sin ambigüedades ni centrismo a la presente situación histórica.
Hemos ingresado en una nueva etapa política. Las masas griegas van por la quinta huelga general y su consigna es "que se vayan todos"; pero lo principal es que marcan una nueva disposición política de los trabajadores en Europa. En Gran Bretaña, los sindicatos han anunciado que ocuparán los lugares de trabajo si prospera el ‘ajuste' Cameron-Clegg, que debe presidir un gobierno incoherente y realizar una poda fiscal que los supera. En España hay menos anuncios, pero la situación es más explosiva. Hay manifestaciones en Rumania. En esta etapa avanzada de la crisis, la disposición a movilizarse para "que la crisis la paguen los capitalistas", o "los ladrones", o "ellos", o "que no sean los trabajadores" marca un principio de viraje en la disposición popular, y esto en Europa. En el plano político, más allá de la coalición británica o de la derrota electoral de Merkel en Renania, o de la división del "gobierno fuerte" de Berlusconi, o del retroceso sin retorno de Sarkozy, lo que luce explosivo es el futuro de Zapatero. En España -hoy, por lo menos, la madre de la crisis europea- es inminente una crisis de gobierno; Zapatero, más que el griego Papandereu, es el que ocupa el lugar de De la Rúa en la presente crisis. La derecha española está preparando un golpe de Estado, como lo demuestra la condena que ha impuesto la Corte Constitucional al juez Garzón, para defender abiertamente al franquismo. Aunque la politiquería parlamentaria sigue en el centro de la escena, las masas tienden cada vez más a darle la espalda. Tampoco la crisis política se encapsula en Europa; para Le Monde Diplomatique, por ejemplo, 'La nueva revolución (en Kirgystan) podría entrar en la historia como el primer movimiento social de la era postsoviética'. Lo mismo vale para los procesos revolucionarios o de guerra civil en Nepal y Tailandia. Con respecto a América Latina, digamos simplemente que la crisis europea y del euro anuncia un proceso devaluatorio del real brasileño, que explica las medidas proteccionistas desesperadas del gobierno argentino. El mismo Le Monde Diplomatique señala el desgaste o agotamiento del proceso ‘indigenista' de Evo Morales, al que califica como "vacío de contenido". Las tentativas de reestructuración capitalista, por medio de la intervención estatal y del bonapartismo, se agotan a los ojos de todo el mundo. Es la hora de la autonomía política de la clase obrera y de la estrategia de la revolución social.
El apresuramiento del anuncio obedecía a lo desesperante de la situación, que el viernes precedente se había manifestado en un derrumbe del euro y de todas las Bolsas. Asimismo, faltaban minutos para la apertura de la ronda de negocios de Tokio, que podía producir un ‘lunes negro' y quebrar al mercado monetario (préstamos entre bancos). Dejaba de estar en juego solamente el destino de un Estado que representa el 3% del Producto Bruto de la Unión Europea, para alcanzar a otros que reúnen el 25% del conjunto de su economía. A pesar de esta nueva operación gigantesca de rescate, hay quienes aún cuestionan nuestra caracterización de la crisis en curso como una "bancarrota capitalista mundial".
Para forzar este socorro tuvieron que intervenir los bancos de Europa expuestos a Grecia -en primer lugar, el Deutsche Bank. La banca alemana ve en un derrumbe de Grecia una amenaza, a término, a su propia sobrevivencia, o sea una enorme pérdida de capital, una paralización del crédito y una secuela de quiebras. El segundo en apretar las clavijas para apresurar el paquete fue el secretario del Tesoro de Estados Unidos (un hombre de la primera banca de inversión del mundo, Goldman Sachs) y, en seguida, el propio Obama. Los primeros cinco bancos norteamericanos se encuentran expuestos en forma directa a los bancos y empresas en Europa por unos 600 mil millones de dólares (si se contabiliza su exposición a la deuda pública, el total sería de un billón de dólares). Así, el anuncio de la UE dejaba al desnudo que Grecia se encuentra, a todos los fines prácticos, en ‘default': la deuda pública de Grecia es un 250% superior a todos los activos financieros radicados en ese país. No alcanzaría la confiscación de toda esa riqueza financiera para cancelar los 400 mil millones de dólares de la hipoteca contraída por el Estado. La crisis iniciada en Grecia ya tiene una expansión que amenaza al sistema financiero mundial.
‘Corralito'
El paquete que emergió esa trasnoche mostró de inmediato sus limitaciones insuperables. El grueso del aporte de los Estados al Fondo de Estabilidad (es decir, de ‘rescate') -440 mil millones de euros- no está constituido por dinero efectivo sino por garantías. Se hace efectivo solamente cuando el costo del refinanciamiento de la deuda en cada vencimiento sobrepasa un nivel aceptable de tasa de interés. Con este procedimiento, el paquete fuerza a Grecia a atravesar nuevos episodios de crisis para acreditar su derecho al salvataje.
El otro aspecto es que el Fondo no se financia con la emisión de una deuda única de todos los Estados de la zona, como lo hace, por ejemplo, el gobierno federal en Estados Unidos. Los Estados europeos financiarán su aporte del Fondo en forma separada, lo que pone en duda todo el paquete dada la diferente solvencia de cada uno de ellos. El costo financiero de la operación podría ser elevado (si no insoportable) para los Estados más débiles -lo cual vestiría a un santo para desvestir a otro. Como no existe un sistema fiscal común, los ‘inversores' en deuda pública requerirán tasas de interés de ‘default' a los Estados menos solventes. La crisis ha puesto de manifiesto las limitaciones de la estructura política o institucional de la UE, que no es la de un Estado nacional. Este vacío es llenado en forma progresiva por Alemania, que exige que el paquete sea acompañado por un derecho de inspección de las cuentas públicas de los estados, incluida la posibilidad de vetar sus presupuestos. El paquete deja plantada la intención de superar el fraccionamiento nacional por medio de una anexión política de los Estados más débiles por los más fuertes. No estamos, entonces, solamente ante una operación de saneamiento de cuentas públicas o de refinanciación de deuda, sino ante un proceso político más general o estratégico.
La crisis tiende a devolver a Alemania 'la condición política' que había perdido como consecuencia de su derrota en la guerra, hasta la anexión del sector oriental en 1989. La tendencia a transformar en forma clara a la UE en un régimen de protectorados de Alemania, y secundariamente de Francia, plantea una completa reestructuración capitalista de las relaciones sociales al interior de sus países (‘ajustes', sometimiento estrecho de la finanza pública al salvataje del capital, remodelación de las relaciones laborales), que se desarrollará por medio de crisis políticas y una agudización extraordinaria de la lucha de clases.
Los pueblos de Europa vuelven a enfrentarse, en perspectiva, a la misma tragedia que los llevó a dos guerras mundiales. Como la historia se repite cuando las viejas contradicciones y conflictos históricos no han sido resueltos, para evitar que ello ocurra es necesaria la victoria de la revolución social. La repetición histórica o el ‘eterno retorno' es una ley condicionada -por la propia historia.
Naturalmente, el aspecto esencial del paquete es el rescate del capital a costa de los ingresos, los derechos y las conquistas sociales de las masas. Pero no solamente de los países endeudados sino también de los acreedores. La deuda pública impagable con los bancos y los otros especuladores se convierte, por medio del paquete, en deuda de los Estados insolventes con los Estados rescatistas que han armado el Fondo de Garantía, los que se convierten, así, en titulares de los créditos incobrables que se encuentran hoy en poder de los bancos. Este ‘rescate' estatal de la banca privada produce una modificación fundamental en la crisis: que los créditos estatales no pueden ser ‘reestructurados' con quitas, como sí ocurre con la deuda del Estado con acreedores privados. No pueden, por lo tanto, ser objeto de una desvalorización, sino a lo sumo reprogramados, lo que alarga la hipoteca en el tiempo. Pero sin este ‘recorte' (‘hair cut'), las deudas en default son definitivamente impagables. Argentina, por ejemplo, impuso una quita a la mitad de su deuda -la que se encontraba en poder de tenedores privados- pero tuvo que pagar el ciento por ciento de la que se encontraba en manos de instituciones internacionales (Banco Mundial, BID y Kirchner hasta pagó al FMI por adelantado).
El paquete de la Comisión Europea) bloquea a las naciones insolventes el recurso a una institución fundamental del capitalismo: la convocatoria de acreedores y la quiebra judicial, que incluyen la posibilidad de una quita en la deuda. El bloqueo de este mecanismo equivale a una suerte de ‘corralito' fiscal o una cesación de pagos sin fin. Como la estatización de los créditos bancarios contra Grecia se realiza progresivamente, cualquier contingencia podría forzar a discutir una quita de la deuda que queda pendiente. Fuera de esto, lo que queda es que la deuda de Grecia se reprograme en el tiempo, sin quita y con los intereses que establece el paquete. Grecia se convertiría, en este caso, en un protectorado financiero (de largo plazo) de la Comisión europea, principalmente Alemania.
El paquete desarrolla, además, la crisis a un nuevo nivel. Los bancos se ven protegidos de un default y hasta de la posibilidad de quitas y obtienen también una intervención de sus Estados para que la deuda sea pagada con la venta de patrimonio público, o sea mediante el desguace del Estado endeudado. Es así que Italia se apresta a entregar su patrimonio cultural a las comunas o regiones, que lo utilizarán como garantía de nuevas deudas o para pagar las existentes. Esta es la esencia del federalismo padano (La Lega de Ugo Bossi). El capital refuerza, además, su capacidad de presión para liquidar niveles salariales y derechos laborales, especialmente en la industria; para elevar el nivel de explotación y restaurar, de este modo, la tasa de beneficio que es la base última de toda la bancarrota en curso. Pero este sería, precisamente, el camino de la deflación, de la depresión y del estallido social.
No es una devaluación es una crisis
Todos los observadores coinciden, sin embargo, en señalar que la pieza central del ‘rescate' europeo es la decisión del Banco Central de Europa de aceptar como garantía para otorgar préstamos títulos que tengan calificación de ‘basura' (lo que saca del apuro a cualquier banco) y emitir euros para comprar deuda pública de los Estados de la zona euro. Es la confesión de que la parte restante del paquete tiene agujeros y limitaciones ostensibles. Aparentemente, ya empezó fuerte con esta operatoria, porque habría comprado títulos públicos, en la primera semana, por unos 40 mil millones de euros. Aquí también entramos en una nueva etapa: la emisión de moneda sin respaldos reales, para sostener deudas públicas con tendencia a la desvalorización, deberá producir una fuerte devaluación del euro. Para contrarrestar este ‘daño colateral', ha prometido absorber la moneda que emita mediante la colocación de bonos propios, o sea que se convierte en acreedor nuevo de los Estados (por los títulos que compra) y en deudor de los bancos y fondos especulativo (por los títulos propios que les vende); obtiene deuda mala por la compra de títulos públicos y cede deuda buena -la de sus propios bonos a los bancos. Esta operación ruinosa debería provocar un alza en las tasas de interés, y perturbar todavía más el desarrollo de la crisis. Es un claro paso hacia la privatización del BCE. En Estados Unidos ocurre lo mismo, y aún más -porque la Reserva Federal compra, además de títulos públicos, ‘activos basura' de los propios bancos. Pero Estados Unidos corre con ventajas únicas: la emisión del dólar es relativamente aceptada porque es una moneda de reserva y es utilizada (65%) en el comercio internacional; además es respaldada por un fisco único; no necesita, todavía, absorber emisión, e incluso paga un interés a los bancos que depositan en el Banco Central. Una emisión de euros y la devaluación correspondiente le quita a esta moneda la ventaja diferencial que le permitía competir (atraer capitales) con un dólar que tendía a la devaluación como consecuencia de su emisión. De todos modos, la corrida contra las Bolsas del viernes 4 golpeó a Wall Street más que a ninguna otra Bolsa: llegó a caer mil puntos durante la jornada, un 10%, que no fue un error de tipeo sino un verdadero derrumbe. Mostró un vacío o falta de compradores y, por lo tanto, la posibilidad de un derrumbe generalizado en pocos minutos, como ocurrió en el crash de 1987, cuando cayó un 25% en un breve lapso de tiempo y obligó a cerrar las operaciones. Las acciones de Accenture, una consultora inglesa con una capitalización de 23 mil millones, cayeron a un centavo de dólar por unidad. Protcter & Gamble cayó un 35%. Varios intermediarios dejaron de operar y el Nasdaq anuló las operaciones en los 40 minutos que duró el derrumbe. Fue un ‘ensayo general' de un derrumbe bursátil en Wall Street.
Todas las desventajas de la zona euro - Estados insolventes, ausencia de un Tesoro único, incapacidad para financiarse con emisión de deuda única, limitaciones del BCE -fue lo que vieron un grupo de fondos especulativos (incluido Soros), que se reunieron el 8 de febrero último en Nueva York para organizar un ataque contra el euro (The Wall Street Journal Europe, artículo de tapa, 26/2) vendiendo euros contra dólar y, por sobre todo, comprando oro; (el principal mercado de transacción de oro tiene reservas superiores a las del BCE). Esta declarada conspiración (así la califica el diario) no ha merecido siquiera una investigación. El ataque contra las deudas públicas de los Estados llamados PIIGS apuntaba, en lo fundamental, a desvalorizar el euro y permitir beneficios extraordinarios en consecuencia. El euro es también el blanco que los fondos de cobertura (‘hedge funds) han designado para desbaratar los intentos del gobierno de Obama de ‘regular' a estos piratas, lo que se manifiesta asimismo, en Estados Unidos, en torno a la investigación por la responsabilidad de Goldman Sachs en acelerar el estallido de la crisis hipotecaria en 2007.
La especulación capitalista juega un fenomenal papel disolvente en el desarrollo de la crisis capitalista; no es un fenómeno caprichoso sino imperioso, pues los capitales no podrán sobrevivir a la crisis sino en una lucha de unos contra otros y contra el propio Estado. El entrelazamiento de los capitales que se desarrolla en los períodos de apogeo se convierte en su contrario durante la crisis. Lo que se manifiesta como una conspiración de un puñado de ricachones es una lucha por la supervivencia en el marco de la bancarrota. Es atendible, sin embargo, que la Unión Europea pueda ver esta desvalorización de su moneda con buenos ojos, ya que abarataría el precio de su fuerza de trabajo y de su producción y exportaciones, además de desvalorizar las deudas públicas nominadas en euros. O sea que la desvalorización del euro sería una salida para las necesidades devaluatorias de los países en cesación de pagos.
Pero precisamente porque goza de estas ventajas, la devaluación del euro plantea una crisis con Estados Unidos y especialmente con China, porque afecta las exportaciones de estos a Europa -el principal mercado de China. Desde la crisis asiática de 1998 y, luego, de la crisis de 2000/2, la alta valorización del euro permitió un gran desarrollo del comercio internacional de China, en primer lugar hacia Europa y en segundo lugar al permitir a China a mantener un comercio excedente con Estados Unidos y con los principales países de Asia. Por otro lado, la devaluación del euro alejaría la posibilidad de la revalorización del yuan que Estados Unidos (y Brasil, Argentina, Uruguay) le reclama China; es decir que acentuaría el conflicto comercial con estos países. Un sube y baja de monedas sería el comienzo de la guerra comercial en la presente crisis. Pone definitivamente en la picota la reactivación de China por medio del estímulo estatal y las exportaciones, como lo demuestra el derrumbe de la Bolsa de Shangai del lunes 17 (5%). Por el lado del euro, su débil posición como moneda de reserva determina que sea difícil regularla o graduarla frente a la presión de los especuladores, es decir que puede convertirse en un desmadre monetario y dispare la cotización del oro (es lo que ya ocurre). La manifestación de este peligro es el crédito en dólares que la Reserva Federal otorgó al BCE, en el marco de la crisis del euro. Es una suerte de dependencia de Europa con Estados Unidos. Europa ha pasado en corto tiempo de una crisis bancaria por hipotecas a una crisis de deudas de Estados, luego al comienzo de una crisis monetaria, en seguida a una del euro y ya, claramente, a una crisis política. Los observadores atribuyen la crisis europea a la defectuosa estructuración de la Unión Europea y a la débil base del euro, pero no se trata de nada de esto: es la expresión del estadio histórico, gigantesco, de la presente bancarrota mundial capitalista. La desigualdad de desarrollo entre los países que integran la UE, a la cual se adjudica hoy la causa de la tendencia desintegradora del ‘espacio', es la misma que incentivó hasta aquí las inversiones de los capitales de los países más desarrollados a los menos, pues estos ofrecían oportunidades excepcionales de beneficios. La necesidad de producir una ‘convergencia de economías dispares' fue el motor, que hoy se objeta, del crecimiento de los años precedentes. Obviamente, en lugar de la ‘convergencia' estalló la crisis, pero nunca hubiera podido ser de otro modo.
Política, economía concentrada
Las tentativas de rescate del capitalismo por medio el Estado pueden desviar en el tiempo la bancarrota o repartir en forma diferente sus costos entre los capitalistas, pero nunca evitarla. Las operaciones de salvataje, que en nuestras comarcas han sido designadas por ignorancia como ‘keynesianas', solamente sirven para extender esa crisis y para socavar al Estado. El Estado no tiene la capacidad económica para contrariar la crisis capitalista, porque su base económica no es otra que el capitalismo (que ha entrado en crisis). La bancarrota pone en evidencia un quebrantamiento de las relaciones sociales, que impone, por eso mismo, una reestructuración social y política de conjunto. En la crisis, el Estado importa, no por sus recursos financieros establecidos, sino porque tiene el monopolio de la fuerza y de la violencia -no por sus recursos presupuestarios, incluidos los que pueda sumar la deuda pública, sino por la capacidad para alterar por la fuerza las relaciones de propiedad y de ensanchar así su propia base financiera. Por eso, a finales de 2008, algunos economistas y políticos plantearon, luego de la quiebra de Lehman Brothers, la necesidad de "nacionalizar temporalmente" a los grandes bancos y "estatizar temporalmente" la inversión. Los bancos opusieron, naturalmente, una gran oposición, de modo que el rescate creó un nuevo proceso especulativo, asentado en el uso de recursos financieros del Estado, cuya consecuencia es la crisis de la deuda estatal y una nueva etapa de crisis bancarias. Ahora, vuelven a aparecer voces que reclaman medidas despóticas del Estado para reestructurar la economía: Paul Volcker, ex presidente de la Reserva Federal y asesor de Obama, acaba de decir, por ejemplo, que la reestructuración del sistema financiero no debiera hacerse por medio de nuevas regulaciones sino en "forma compulsiva" (The Wall Street Journal, 14/5). Lo que nadie dice, sin embargo, es que la intervención del Estado compulsiva del Estado pone a prueba la estabilidad de los regímenes políticos. La pregunta de si esta crisis marca el fin del capitalismo, se resuelve en la certeza de que deberá conducir, a término, a situaciones revolucionarias. Es necesario responder sin ambigüedades ni centrismo a la presente situación histórica.
Hemos ingresado en una nueva etapa política. Las masas griegas van por la quinta huelga general y su consigna es "que se vayan todos"; pero lo principal es que marcan una nueva disposición política de los trabajadores en Europa. En Gran Bretaña, los sindicatos han anunciado que ocuparán los lugares de trabajo si prospera el ‘ajuste' Cameron-Clegg, que debe presidir un gobierno incoherente y realizar una poda fiscal que los supera. En España hay menos anuncios, pero la situación es más explosiva. Hay manifestaciones en Rumania. En esta etapa avanzada de la crisis, la disposición a movilizarse para "que la crisis la paguen los capitalistas", o "los ladrones", o "ellos", o "que no sean los trabajadores" marca un principio de viraje en la disposición popular, y esto en Europa. En el plano político, más allá de la coalición británica o de la derrota electoral de Merkel en Renania, o de la división del "gobierno fuerte" de Berlusconi, o del retroceso sin retorno de Sarkozy, lo que luce explosivo es el futuro de Zapatero. En España -hoy, por lo menos, la madre de la crisis europea- es inminente una crisis de gobierno; Zapatero, más que el griego Papandereu, es el que ocupa el lugar de De la Rúa en la presente crisis. La derecha española está preparando un golpe de Estado, como lo demuestra la condena que ha impuesto la Corte Constitucional al juez Garzón, para defender abiertamente al franquismo. Aunque la politiquería parlamentaria sigue en el centro de la escena, las masas tienden cada vez más a darle la espalda. Tampoco la crisis política se encapsula en Europa; para Le Monde Diplomatique, por ejemplo, 'La nueva revolución (en Kirgystan) podría entrar en la historia como el primer movimiento social de la era postsoviética'. Lo mismo vale para los procesos revolucionarios o de guerra civil en Nepal y Tailandia. Con respecto a América Latina, digamos simplemente que la crisis europea y del euro anuncia un proceso devaluatorio del real brasileño, que explica las medidas proteccionistas desesperadas del gobierno argentino. El mismo Le Monde Diplomatique señala el desgaste o agotamiento del proceso ‘indigenista' de Evo Morales, al que califica como "vacío de contenido". Las tentativas de reestructuración capitalista, por medio de la intervención estatal y del bonapartismo, se agotan a los ojos de todo el mundo. Es la hora de la autonomía política de la clase obrera y de la estrategia de la revolución social.
Jorge Altamira
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