Bajo el régimen capitalista, las quiebras de los negocios pueden ser un gran negocio, lo mismo que las guerras. Desde el punto de vista de la tasa de beneficio, superan por lejos a la que se obtiene en períodos normales. La observación viene a punto a raíz del último programa de rescate bancario anunciado por Obama, que constituye un escandaloso fraude en perjuicio de las finanzas públicas. En una conferencia de prensa que otorgó el martes pasado, el afroamericano demostró que es perfectamente consciente de lo que está haciendo.
Lo tuyo es mío
El llamado programa público-privado para comprar los activos invendibles de los bancos y sus préstamos incobrables ha sido diseñado para que un grupo de cinco fondos de inversión, o de cobertura de inversiones, oferten por los llamados activos tóxicos de los bancos una suma superior a la que el banco obtendría en una venta corriente. Para incentivar este sobreprecio, el Estado aporta o garantiza aportes por el 90 por ciento del valor de la adquisición a tasas de interés cercanas a cero. La operación consiste en la formación de un fondo público-privado con aportes iguales de las partes, pero que luego podrían recibir financiación del Banco Central o del Fondo de Seguros de depósitos por un monto seis veces superior a ese capital. Sin la menor dosis de anestesia, el gobierno recrea de este modo las pirámides financieras que provocaron la crisis actual, con la única pero nada despreciable diferencia de que el lugar y la función del dinero privado pasa a ser ocupado por dinero público. La expectativa oficial es que las ventajas que ofrece el financiamiento estatal se transfieran en parte a los precios de los activos o de los préstamos que son puestos en subasta, o sea por encima de sus precios de quiebra. En resumen: una oferta generosa para los bancos, pero -por sobre todo- para los llamados fondos buitres, cuyo negocio consiste, precisamente, en especular con la compra muy barata de valores que no valen nada.
La noticia de que el gobierno anunciaría este esquema de fraude público pareció desatar el entusiasmo de los especuladores bursátiles, que respondieron con una suba cercana al 8 por ciento en la Bolsa de Nueva York - algo enorme para un solo día pero típico de los períodos de bancarrota, cuando el precio oscila con la especulación. Los operadores más inescrupulosos pronosticaron de inmediato que la crisis había tocado piso. La verdad era más prosaica: aquellos especuladores que habían estado invirtiendo fuerte a la baja de las acciones de las empresas, pero en especial de los bancos -cuya situación de bancarrota es irreversible- , se apresuraron a cambiar de ruta y a comprar esos valores para adelantarse al movimiento de suba que no podía dejar de provocar el anuncio. En los días siguientes, los analistas más importantes hicieron ver que el plan era precisamente un fraude financiero y que no tiene la capacidad para recrear el sistema de crédito.
La cosa es muy simple. Por un lado, los activos (bonos, acciones) y préstamos en poder de los bancos no están afectados en su cotización porque no haya dinero para negociarlos, sino simplemente porque la contraparte (el que vendió el bono o recibió el préstamo) no está en condiciones de cancelarlo. El planteo de Obama buscaría crear un precio que, por esta razón, de inmediato se revelaría artificial. La consecuencia sería una quiebra del capital público que financia la operación. La expectativa de que una reactivación de la economía revitalice a los capitales quebrados es remota, incluso porque los tiempos de la quiebra y de la reactivación están completamente desfasados. Muchos observadores ya han advertido que los bancos acabarán retirando los activos y los préstamos que pongan a subasta cuando no los satisfaga el precio que se les ofrezca. En este caso, Obama hará la experiencia de cómo ‘se puede' caer en una crisis política mayúscula en el primer año de mandato.
Más de lo mismo
La evidencia de que el gobierno tiene claras las limitaciones de su plan es que el financiamiento que promete ni siquiera es tal, o sea, no efectivo, sino que en su mayor parte está compuesto de garantías, no de dinero, que recién habría que efectivizar si la operación produce pérdidas al operador privado. Los analistas que han hecho notar esta contradicción se quejan de que el Estado sigue sin poner el dinero en la escala necesaria para hacer frente a la bancarrota. Es probable que el flamante programa fracase de la misma manera que lo han hecho todos los que lo precedieron.
Este relato demuestra que los izquierdistas que se rascaron la testa, al principio de la crisis, para rechazar cualquier hipótesis de derrumbe del capitalismo y pontificar que, a lo sumo, "dejará de ser el que habíamos conocido hasta ahora", simplemente estaban macaneando. El plan anunciado por Obama intenta, exactamente, recrear el mercado de títulos privados derribado por la crisis, con el respaldo de los recursos fiscales y no fiscales del Estado, atenuado por la promesa de una mejor regulación por parte de las instituciones públicas (¡cómo si pudiera ser de otra manera y, peor, cómo si fuera a servir para algo!). La preocupación mayor y obsesiva de todos los gobiernos y de todos los capitalistas, en las actuales circunstancias, es evitar que se desmorone el mercado internacional de títulos privados, es decir de los bancos que tienen esos títulos y de los acreedores de los bancos que tienen los propios. El valor derivado bruto de este mercado es de 500 billones de dólares y su valuación neta de 60 billones. Solamente los bonos emitidos para asegurar los títulos en circulación suman 25 billones de dólares. Para que sirva de comparación, todo el PBI mundial es de 50 billones.
Lo señalado explica el repudio al plan por parte de economistas como el premio Nobel Paul Krugman -quien quiere, al igual que cualquier otro capitalista, salvar a los bonistas internacionales. Pero para ello -dice esta gente- no se debe rifar el dinero público o recurrir a la emisión extraordinaria de moneda, sino nacionalizar temporalmente el sistema bancario. La función de la nacionalización sería negociar con los acreedores una quita de la deuda de los bancos, de la misma manera que General Motors está negociando, para evitar la quiebra, una reducción de los precios de sus proveedores, una reducción de los salarios y prestaciones sociales de los obreros y una rebaja por parte de los tenedores de su gigantesca deuda.
Pero la dimensión principal del plan Obama ha sido escandalosamente omitida por la prensa. Es que se trata de una suerte de golpe internacional en las vísperas de la reunión del G-20, que fue convocado para elaborar una salida ‘coordinada' a la crisis. Los europeos pretenden que los fondos especulativos norteamericanos, que montaron el régimen financiero paralelo que llevó a la crisis, carguen con los costos. El choque toca el nudo más sensible de todo el andamiaje financiero internacional -la capacidad excepcional de Estados Unidos para emitir moneda ("seignorage") en virtud del status del dólar como principal medio de pago internacional y principal reserva de valor. Precisamente, el plan Obama está bancado principalmente por la capacidad de emisión de la FED, que ya anunció billonarias compras de bonos del Tesoro de su país y que ya ha comprado en gran escala títulos privados en poder de los bancos (‘aflojamiento cuantitativo de moneda'). El resto de los bancos centrales no tiene esa capacidad para socorrer a capitales siniestrados. El Banco Central Europeo asegura que, si acompaña la política de emisión que desarrolla Estados Unidos, el euro y la Unión Europea tendrían los días contados. Incluso Estados Unidos corre un riesgo similar, o sea que la emisión desenfrenada de dólares acabe con el rol internacional de su moneda. Algunos analistas prometen que esta emisión terminará llevando al oro a los 6.000 dólares la onza - hoy en 950 dólares. Europa enfrenta la necesidad de salir en socorro de Europa oriental, cuya deuda externa total es de 1.5 billones de dólares y los vencimientos de este año, de 500 mil millones. Los bancos austríacos están comprometidos por el equivalente al 80 por ciento del PBI de Austria; algo similar ocurre con Italia y con Suecia.
La estabilidad de las monedas será puesta en juego en la próxima etapa de la crisis. China - que tiene dos billones de dólares colocados en Estados Unidos, y que es por eso el principal bonista interesado en el éxito de los rescates norteamericanos- teme a justo título por su dinero. El premier chino se aventuró, la semana pasada, a reclamar que una moneda internacional sustituya al dólar, a sabiendas que esto es incompatible con la rivalidad que caracteriza al capitalismo. Los dolores del euro le debían haber advertido sobre esto. En una fase extrema de la crisis, la Unión Europea se encontrará ante la alternativa de disolver su unión monetaria o que sus países sean forzados a integrarse a un Estado único por una de las potencias del continente. Existe una propuesta para que el Banco Central Europeo emita un bono único para rescatar a bancos y empresas en desastre, que debería ser respaldado por cada uno de los países de la UE, en proporciones a establecer. El tratamiento de la propuesta pondrá al desnudo las tendencias centrífugas en Europa.
Un FMI nacional y popular
Por último, la producción, el comercio y el empleo siguen en picada. Rusia acaba de informar que perdió un millón de puestos de trabajo desde noviembre y que renuncia a seguir rescatando a oligarcas quebrados. Admite, si no se trata de una empresa estratégica, que la compre el capital extranjero. A éste, sin embargo, ni se le ocurre; antes, los servicios de seguridad de Rusia deberán dar garantías más apropiadas en términos políticos y jurídicos -un verdadero vía crucis de crisis políticas e internacionales. China vive una caída extraordinaria de su comercio exterior y también una marcada salida de capitales. Por fin, América Latina ha comenzado a sentir las consecuencias del derrumbe del crédito que financia el comercio internacional. Los K creen que en Londres tendrán la oportunidad de parir un FMI nacional y popular, dispuesto a prestar plata para que la economía no se contraiga. No entienden una jota de lo que ocurre: el capitalismo mundial necesita estabilizar las monedas de los países periféricos y para ello no conocen otro camino que la ‘austeridad'. Si Brasil obtuvo un préstamo de la FED de 50 mil millones de dólares, la explicación no tiene que ver con la amabilidad de Lula ni su ‘sotaque' nordestino, sino simplemente a que tiene bonos del Tesoro norteamericano por 150 mil millones de dólares. En Londres, los banqueros le van a pedir a madam K que devalúe el peso como se lo piden Ferrer y Curia -con una vasta trayectoria nac & pop.
Jorge Altamira
Publicado en Prensa Obrera nº 1076
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