jueves, 9 de julio de 2009

CONTRA LA GRIPE A Y LOS RESPONSABLES DE LA EPIDEMIA

Formemos comités de crisis que defiendan la vida de la población
El gobierno que el 26 de junio decía que había 1.587 afectados por la gripe A reconoció una semana después que eran más de 100.000. El ministro de Salud, Juan Manzur, mantuvo la cifra –a pesar de la reprimenda pública de Cristina Kirchner– porque si no debía explicar por qué la tasa de mortalidad argentina era cien veces más alta que la del resto del planeta. También las víctimas fatales treparon de 27 a 79 (en la noche del martes 8). El gobierno mantiene su política de desinformación y encubrimiento: la gremial del Posadas dice que allí ya murieron 26 adultos y cinco chicos. En Santa Fe (donde Nación registra nueve casos), el gobierno provincial cuenta 18; la diferencias se repiten en otras provincias (La Nación, 6/7; Crítica, 7/2). Tampoco coinciden los pronósticos. Mientras el ministro bonaerense Claudio Zin espera “que en dos semanas empiecen a disminuir los casos”, el porteño Jorge Lemus vaticina: “En estas cuatro semanas, cuando se produzca el pico en la circulación del virus, todos vamos a conocer a alguien que tiene o tuvo gripe A” (La Nación, 6/7).
El Comité Federal de Salud (que reúne a los ministros provinciales y el nacional) insiste en que los que tengan algún síntoma se aíslen. ¿Aislarse en departamentos donde conviven tres generaciones o más? ¿En las villas? ¿En las casas tomadas? Macri ni siquiera extendió el horario de los centros de salud y las salitas, que muchas veces atienden sólo hasta el mediodía.
El infectólogo mexicano Alejandro Macías, enviado por la Organización Panamericana de la Salud, dice que la Argentina “es el epicentro del mundo” (La Nación, 6/7) y que habría que paralizar la actividad pública, centralizar la estrategia sanitaria y los recursos, y declarar la emergencia (Perfil, 4/7). Es lo que reclaman todas las asociaciones de profesionales y docentes. Pero en vez de cerrar los ámbitos públicos para frenar el circuito de contagio, Manzur pide responsabilidad individual: “Nadie está obligado a ir a bailar cuatro horas. Entonces que no lo haga, pero por convencimiento propio”, dijo, como si fuera un pastor anabaptista y no el responsable de la salud pública. En la capital, Lemus afirma alegremente que “no hay riesgo de contagio en espectáculos, bares y restaurantes” (La Nación, 6/7). A la voz de sálvese quien pueda, la Corte decretó feria judicial y el Congreso se apresta a suspender las sesiones (ya no funcionan las comisiones parlamentarias).
Están acatando el apriete de la Cámara de Comercio y otras cámaras patronales, preocupadas por el lucro cesante si suspendieran sus actividades una semana (La Nación, 4/7). Algunos shoppings amenazaron con multas a los locales que cerraran. Los empresarios cancelaron las funciones teatrales sólo cuando perdieron el 80% de los espectadores. Los trabajadores de algunos casinos impusieron el cierre a la patronal después de votar la “retención de actividades”.
Hasta ahora, el cuidado del pueblo descansa en dos pilares. Por un lado, los trabajadores de la salud, que ya tienen víctimas fatales en Berazategui, La Plata y Capital. Las jornadas agotadoras, con cientos de pacientes hacinados, sin mínima protección –¡barbijos!– explican que ya un 40% de los trabajadores de la salud esté enfermo. “Nos están restringiendo los barbijos y todos los insumos. Nos han dado 20 millones menos que en 2008. Necesitamos medidas presupuestarias urgentes, estamos total y absolutamente desbordados”, dice Nora Sánchez, secretaria de la Asociación de Trabajadores de la Salud de San Luis, una de las provincias “menos” afectadas (elpuntano, 3/7).
La epidemia potencia una debacle previa, generada por años de destrucción de la salud pública. Para colmo, los privados “llegan a pagar hasta 1.300 pesos por una guardia de 24 horas, cuando los hospitales públicos pagan unos 500 pesos”, señaló Jorge Yabkowski, de la gremial médica bonaerense.
El otro puntal son los docentes, que impusieron en numerosos distritos el cierre anticipado de las escuelas, una medida indispensable para preservar la salud de los chicos. Esto, sin embargo, plantea el problema de dónde van a comer. Mientras los nutricionistas dicen que hay que aumentar las defensas con frutas, verduras y carnes magras, en la provincia Scioli entrega una canasta de alimentos que no cubre ni las más indispensables necesidades: leche en polvo, harina, arroz, fideos, azúcar, aceite, dos latas de tomate, yerba mate y un jabón de tocador. En la Capital, “los padres pueden retirar diariamente un sándwich de milanesa y otro de fiambre, una fruta, una repostería y una barra de cereal, además del equivalente a 400 cm3 de leche diarios” (La Nación, 7/7). O sea que el pico de la epidemia va a encontrar a los pibes peor alimentados que de costumbre. Es necesario romper el aislamiento y formar comités de crisis integrados por trabajadores de la salud y la educación, organizaciones obreras, estudiantiles y barriales. Funcionemos con asambleas abiertas y guardias permanentes en las escuelas, hospitales, barriadas y sindicatos para que se pueda acudir ante cualquier circunstancia y organicemos la defensa de la población.

Olga Cristóbal

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