Anticapitalismo y socialismo: El ABC y sus implicancias
Es siempre reconfortante saber que el POR de Bolivia lee nuestros artículos, incluso – naturalmente– para críticarlos. El POR es una remota referencia histórica del proletariado boliviano. Lamentablemente, ha perdido su rumbo hace mucho tiempo, como consecuencia de una política ultimatista. Durante treinta años ha venido repitiendo en forma autista la consigna: “insurrección y dictadura proletarias”. Al igual que otras sectas abstencionistas, se ha marginado del proceso democrático formal más intenso que hayan vivido las masas bolivianas. En un país signado por cuatro grandes insurrecciones (abril de 1946, abril de 1952, octubre 1970-mayo 1971, insurrección de octubre de 2003) y por masacres obreras y tentativas de lucha armada, el proceso actual ha desarrollado una inusitada participación de las masas en los procesos electorales y parlamentarios (sin mengua de grandes presiones directas, como en julio de 2005, o en el cerco a Santa Cruz el año pasado).
Este POR decaído o decadente acaba de escribir que el “PO abandona el marxismo”. Nos critica la distinción que hacemos entre anticapitalismo y socialismo, aunque suponemos que no debe ignorar que la inmensa mayoría – si no la totalidad– de las fuerzas que plantean el anticapitalismo no son socialistas ni propugnan la dictadura del proletariado. Un partido revolucionario que propugne un frente anticapitalista tiene el deber, antes que nada, de delimitarse de sus propios aliados. Esto permite que el frente tenga claridad. Por otro lado, ayuda a explicar la función histórica transicional de ese frente. Si el anticapitalismo fuera el objetivo máximo, y no el socialismo, o lo fuera el gobierno de trabajadores pero no entendido como la dictadura del proletariado, estaríamos abandonando nuestra estrategia de revolución social. Al confundir anticapitalismo y socialismo, el POR comete ese error exactamente. Es curioso que lo haga un partido que ha repetido como un loro, y sin ton ni son, el planteo de la dictadura del proletariado.
La confusión es todavía mayor, porque el POR parece ignorar que en el anticapitalismo se infiltran o contrabandean incluso corrientes que ni siquiera son tales; es decir, corrientes que son pro-capitalistas. Es el caso de los movimientos antiglobalización o los ambientales, los cuales no plantean ataques a la propiedad capitalista de los medios de producción. Los Foros Sociales Mundiales convinieron, hace una década, en plantear la reivindicación de un impuesto ultra modesto a las transacciones financieras internacionales, para destinar la recaudación a la asistencia social. Obviamente, esto no es anticapitalismo. Por otro lado, hay corrientes trotskistas que han retrocedido del socialismo al anticapitalismo y de la dictadura del proletariado al gobierno autogestionario; es decir, que su dirección es un retorno a la sociedad capitalista. El Nuevo Partido Anticapitalista, en Francia, tiene la impronta de una movilización social claramente anticapitalista, pero una dirección que se sirve del anticapitalismo para la demagogia electoral. Por definición, el anticapitalismo – tanto el auténtico como el trucho– no plantea tampoco la necesidad de un partido de clase y ni siquiera la lucha de clases. O sea que ignora la preparación política de la lucha por el poder. Cuando el Partido Obrero llama a formar una coalición a las fuerzas obreras, principalmente, de distinta orientación política para enfrentar con métodos y consignas anticapitalistas la ofensiva engendrada por la bancarrota capitalista, deja en claro – incluso en ese llamado– su propio programa: partido, dictadura del proletariado, expropiación del capital, revolución mundial.
¿De dónde nace el anticapitalismo? Lo describe muy bien una cita de Prensa Obrera señalada por el POR: de la crisis de “las viejas reivindicaciones de las masas” (programa mínimo) “en un contexto de derrumbe capitalista”. La defensa del salario mínimo o del derecho al trabajo, o la defensa de la vivienda de la expropiación por parte de los bancos, “en un contexto de derrumbe capitalista”, exige reivindicaciones y metodologías anticapitalistas: fijación del reparto de las horas de trabajo por parte de los obreros, nacionalización sin compensación de los bancos, control obrero. Todo eso es anticapitalismo, es un programa de transición a la dictadura del proletariado, pero todavía no es ésta ni tampoco el socialismo. De la crisis de las viejas reivindicaciones, en un contexto de derrumbe, nace el programa de transición, que no es aún un programa socialista.
La crisis mundial ha transformado en anticapitalista y hasta en socialista a mucha gente. Es una adaptación forzosa de la psiquis social – o sea de los intereses sociales que se reflejan en la psiquis– al nuevo medio histórico. También las direcciones oportunistas registran estas modificaciones y se adaptan a ellas para no perder el control de los acontecimientos y de los aparatos. Los derrumbes y las bancarrotas simplifican ciertas cosas pero dificultan otras, las decisivas, más que nunca. En estas dificultades de los períodos excepcionales reside la causa última de la crisis de dirección del proletariado.
Si el POR (así como otras sectas) hubiera comprendido todo esto, habría sabido forjar una acción común con las masas indígenas masistas – y hasta un frente único– para separarlas de las direcciones pequeño burguesas, sobre la base de una lucha por sus reivindicaciones inmediatas y por sus reivindicaciones históricas (la tierra). Lamentablemente, no es lo que ha ocurrido. En definitiva, la crítica del POR al Partido Obrero explica el fracaso del POR (y de las restantes sectas bolivianas o argentino-bolivianas).
Jorge Altamira
Publicado en Prensa Obrera nº 1080 23/4/2009
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