jueves, 19 de marzo de 2009

El adelantamiento de las elecciones (*)
El anuncio del adelantamiento de las elecciones debería ser un motivo de satisfacción intelectual para todos los militantes de nuestro partido, así como una prueba de la consistencia política del "Informe al XVIII Congreso". Los argumentos del gobierno para tomar esa decisión, como asimismo los principales comentarios de la prensa, dejan en claro que en el oficialismo y en la burguesía ganó terreno la convicción de que, en las condiciones políticas actuales, el gobierno no llegaba a octubre. Quedó de manifiesto uno de los eslabones que conecta la bancarrota capitalista con la formación, en su debido momento, de una situación pre-revolucionaria, o sea la crisis del régimen político (tal como fue expuesto sistemáticamente por los propagandistas de nuestro partido, en particular en el libro sobre La estrategia de la izquierda y, recientemente, en la conferencia sobre la crisis mundial, en la Facultad de Ciencias Económicas). En oposición a quienes reclamaban la definición con urgencia de una política electoral para las parlamentarias previstas para octubre, en el Informe se señala que eso hubiera sido prematuro y distraccionista, porque esas elecciones se encontraban condicionadas por el desarrollo de la crisis política que tendría su definición con mucha antelación a octubre. También ha quedado confirmada otra previsión del Informe y de los apéndices al Informe, a saber: que la bancarrota económica no dispararía automáticamente la caída del gobierno, sino que esta posibilidad dependía del desarrollo de una lucha política que el propio gobierno tomaría la iniciativa de plantear. La cuestión central no debía girar en torno a la previsión en abstracto de una caída del gobierno sino a algo más concreto y decisivo: cómo damos la lucha política provocada por la crisis de conjunto, porque el desenlace de la crisis política habría de depender de su carácter y de sus transformaciones sucesivas y de la capacidad política de las fuerzas en presencia. Los militantes del Partido Obrero no pretendemos ser espectadores de la disolución del régimen capitalista, sino la brigada avanzada que explota esa disolución para reorganizar en forma socialista a la sociedad bajo el gobierno de los trabajadores.
La crisis política constituye una manifestación de los factores subjetivos de la bancarrota capitalista, porque pone en evidencia la conciencia que cada clase comienza a tener de la situación planteada. Desbarata todas las posiciones idealistas que suponen que puede tener lugar una bancarrota del capital sin que esto conduzca a una agudización de la lucha de clases y a una crisis política de los regímenes de turno y, como consecuencia de esto, a la posibilidad del desarrollo de una conciencia revolucionaria en los explotados. La crisis política empuja a todas las clases a definiciones más precisas y concretas frente a la crisis, y en cierto modo es la propia clase dominante la que empuja a las masas a pensar políticamente en condiciones excepcionales. Algunos comentaristas insisten en que Argentina es un caso especial en el panorama mundial, como lo probaría el hecho de que otros países no adelantan las elecciones. No es cierto. En Europa ya han habido caídas de gobierno y adelanto de elecciones y, en otros casos, crisis de gabinetes; esta tendencia se acentuará más. El chileno Insulza, secretario general de la OEA, se ha apresurado a señalar que los gobiernos debían responder a las crisis crecientes con convocatorias electorales. La burguesía mundial tiene aún confianza en los métodos democráticos, mientras los uniformados comienzan a tomar nota de los cambios históricos en curso. Por último, no es cierto que la crisis política que afecta al kirchnerismo se deriva de un conflicto interno anterior a la crisis mundial y por lo tanto ajeno a ella. Fuimos precisamente nosotros los que señalamos que el conflicto sojero era una expresión de la crisis mundial, con independencia del ascenso especulativo extraordinario que tenían en ese momento los precios de las materias primas. ¡En marzo de 2007 señalamos, en el acto de Argentinos Juniors, que la crisis hipotecaria norteamericana era parte de una crisis mundial que culminaría en una bancarrota generalizada! Plebiscito retrasado y deformado
La crisis ha confirmado otra previsión política, que es muy útil -o sea oportuno-, recordar en este momento. Nos referimos a la denuncia de que el gobierno podía estar tramando "un auto-golpe", durante la crisis por la 125, que hubiera consistido en el llamado a un plebiscito -sea sobre el tema en conflicto o sobre la continuidad del gobierno. El adelantamiento de las elecciones parlamentarias constituye la expresión retrasada de esta tendencia. Estamos ahora ante un plebiscito, porque una derrota del gobierno lo obligaría, en definitiva, a abandonar el poder. Decimos que es un plebiscito deformado porque no se pone en juego la Presidencia en forma directa, lo cual otorga un elevado margen de ambigüedad a los resultados electorales y les da a las fuerzas políticas en presencia la posibilidad de interpretarlos con bastante antojo. Esta ambigüedad deja un margen para armar coaliciones, no importa cuán inestables sean, por el temor a un ‘vacío de poder'. Es claro, de todos modos, que un Congreso que ya es ingobernable - debido a la deserción creciente de oficialistas- , se transformaría en un "escollo" insalvable para el gobierno si es derrotado, incluso en el período en que debería continuar con su composición actual (los nuevos diputados recién asumirán en diciembre próximo). Es posible que el kirchnerismo interprete que las condiciones de América Latina aún lo favorecen frente a la oposición, teniendo en cuenta que tanto Chávez como Evo Morales se salieron con las suyas contra rivales que, en algunos momentos, parecieron aún más encumbrados que los de nuestra pampa. Es cierto que la crisis mundial no golpeaba aún con la fuerza que lo hace ahora, pero también hay que decir que los escuálidos venezolanos y los fascistas bolivianos tienen en común con los políticos de la patronal sojera de Argentina: una manifiesta incapacidad para perfilarse como alternativa de poder. La división de la oposición patronal ante el anuncio del adelantamiento así lo confirma: De Narváez y Macri no se encuentran en la misma línea conspirativa que Carrió y la UCR, pues seguramente están buscando que la alternativa al kirchnerismo se procese dentro del peronismo. Como ocurre con cualquier convocatoria a plebiscitos en el mundo, el arma principal del oficialismo es la división de la oposición.
Si la ventaja del plebiscito distorsionado es dejar un margen de maniobra al Gobierno y a los opositores que estén dispuestos a un arreglo con él, su desventaja reside en que no alcanza para neutralizar o apaciguar los conflictos desatados. Los cien días de campaña electoral irán acompañados de choques crecientes con el capital sojero, en especial con el mediano y pequeño, al que la crisis lo golpea por el lado del financiamiento (deudas, pagos de arrendamientos y necesidad de adelantos para la cosecha gruesa y para la siembra de trigo). Aún mucho más seria es la situación de los trabajadores, en función de los despidos, suspensiones y reducciones de jornadas y salarios que están en marcha. La postergación de las paritarias para julio tenderá a transformarse en indefinida. Algunos sectores de la Mesa de Enlace ya han intentado ponerse al frente de los reclamos obreros, con el argumento de que la falta de trabajo es consecuencia de la ‘exacción' contra el campo por parte del gobierno. Lo peor de todo para el gobierno es que no puede pedirle al capital que deje el dinero en el país a cambio de una seguridad de que gana el pleito: la fuga de capitales se deberá intensificar, en especial si la prevista reunión del G-20, dentro de dos semanas, acaba con un fracaso. Si la intensidad de la crisis obligara al kirchnerismo a convocar a un gobierno de unidad nacional, el adelantamiento electoral debería ser dejado de lado; o sea, de nuevo en octubre.
Polarización
A diferencia de lo que ocurre en los plebiscitos, cuando se debe votar por Sí o por No, el adelantamiento electoral busca des-polarizar la situación política; al matrimonio oficial ni se le ocurre ganar por nocaut: apenas sueña con ganar por puntos y en fallo dividido. Aspira a armar su fortaleza en este repliegue sobre las últimas líneas.
La llamada oposición ha quedado desconcertada hasta el ridículo: ahora Carrió no quiere ‘competir' con Michetti, mientras Solá deberá aspirar a la presidencia en 2011 dejando el primer puesto para junio próximo a su ‘amigo' De Narváez. El adelanto de las elecciones en la Ciudad, que antes había pergeñado Macri, puso claramente al desnudo que su amiga Gabriela parece dispuesta a darle el esquinazo en menos de lo que uno se imagina.
Otra diferencia con los plebiscitos es que el Gobierno nacional ha adelantado las elecciones, no para que haya un referendo popular sobre su política (que ha sido superada por los acontecimientos), sino para saltar el ‘escollo' que representaban las elecciones de octubre, para cambiar de política. El oficialismo es perfectamente conciente de que está perpetrando una estafa. Adelanta las elecciones para apresurar un acuerdo con el FMI, arreglar con los fondos buitres que quedaron fuera del canje de 2005 y terminar con toda clase de controles de precios. No hace falta ser muy sagaz para prever que el gobierno puede saltar por los aires, no antes sino, precisamente, después de una eventual victoria parcial e inútil con ayuda de los árbitros. El adelantamiento, concebido para frenar el descalabro político, podría acabar, incluso si sale ‘favorable' (un tercio del electorado), en el completo derrumbe del gobierno. De la Rúa, después de todo, cayó noventa días después de una renovación parlamentaria y cuando los nuevos diputados no habían cumplido diez días en sus poltronas.
Sin embargo, en contradicción con todo lo anterior, la elección aparece polarizada entre dos alternativas capitalistas, que vienen ocupando desde hace largo tiempo el centro del escenario político: la sojera y la oficial. En medio de un derrumbe capitalista, la ciudadanía se encuentra invitada a votar por alternativas capitalistas, lo cual solamente podrá agravar la crisis, pero que tampoco son aceptadas como tales por los propios capitalistas, pues la mayoría de la gran burguesía apunta a una salida intermedia e incluso diferente. La cúpula del capital aboga por una devaluación masiva, que modifique radicalmente los avances que obtuvo la clase obrera desde 2002, cuando aprovechó el temor que inspiraron entre los capitalistas los levantamientos y movilizaciones que acompañaron a la bancarrota de la convertibilidad. Un golpe devaluatorio puede aumentar el precio en pesos de la soja, pero dejará a los ‘fogosos' sojeros de mediana escala en la ruina, porque tendrán que salir a malvender la producción a los monopolios de exportación en un cuadro de crisis del mercado mundial. No estamos como en 2002, cuando empezó un ciclo ascendente enorme de la demanda de materias primas a nivel internacional.
Más allá de las elecciones
En definitiva, el adelantamiento electoral es un episodio de una crisis de mayor envergadura y alcance. Las elecciones no pueden abordarse fuera de esta perspectiva. La batalla fundamental de la crisis se librará, no en las urnas sino en las fábricas, en las barriadas, en las fincas (y por lo tanto en las comisiones internas, los cuerpos de delegados, los sindicatos y el movimiento de trabajadores desocupados). La bancarrota mundial pone a las masas ante un desafío límite. Los principales protagonistas de la batalla electoral -el oficialismo y la oposición patronal- están agotados; lo demuestra su incapacidad para poner en palabras su política frente al derrumbe en curso y la insistencia en slogans vacíos de contenido. En la clase obrera existe, en cambio, una enorme inquietud política y, en numerosos casos, una franca agitación. En lugar de poner los ojos en la urnas hay que dirigir la atención, por sobre todo, a la organización de una vanguardia de la clase obrera. Los cien días hasta las elecciones serán otros tantos de huelgas, manifestaciones, esfuerzos organizativos, surgimiento de nuevos delegados, nuevas agrupaciones y hasta nuevos sindicatos.
La necesidad de encarar el agotamiento de la burocracia sindical ha ingresado, definitivamente, en la agenda de la clase capitalista. No se entiende de otro modo el demorado descubrimiento (medio siglo), por parte de la Corte Suprema, de que la ley de asociaciones profesionales (sindicato único reglamentado por el Estado) es "inconstitucional". Es que la burocracia sindical no tiene autoridad sobre la clase obrera y su organización mafiosa es fuente de crisis reiteradas en el aparato del Estado. Las instituciones del Estado quieren reformar el ‘modelo sindical', una tarea imposible porque la democracia sindical solamente podrá ser impuesta desde abajo por la clase obrera. La burocracia de la CGT vuelve a ir dividida a las elecciones: los sojeros de Barrionuevo y Venegas (¡un sindicato rural que apoya a la Mesa de Enlace!), de un lado; los kirchneristas de la Uocra y bancarios, del otro; y por último Moyano, que de golpe se tira al medio con el pretexto de que los camioneros transportan los granos. El hundimiento político de la burocracia de los sindicatos se cruza, en el marco de la bancarrota capitalista, con el surgimiento de numerosos luchadores desde abajo. Un cuadro como este debería ser una oportunidad para la CTA, que efectivamente siente dentro de sus filas que se han abierto nuevas posibilidades. Pero la CTA es un aparato burocrático y conservador: lo demostró en 2001 y lo vuelve a mostrar ahora. Tiene programado un congreso que no se plantea ninguna de las tareas que corresponden a la crisis, y que está organizado por los mismos dirigentes que firmaron la entrega de la lucha de los obreros del neumático o la reciente paritaria docente, que le impone a los maestros una lucha aislada y sacrificada por provincias. Los activistas que perciben la oportunidad que se abre para desarrollar una organización obrera independiente y la democracia sindical deben organizarse en forma autónoma de la dirección de la CTA y reclamarle que salga a pelear la crisis, mediante una campaña de elección de delegados en los lugares de trabajo y la convocatoria de congresos regionales y un congreso nacional de delegados electos por la base. Después de repetir durante años que pretendía formar un partido de trabajadores, el ala de la CTA que dirige De Gennaro, por un lado se alía con la dirigencia sojera de la Federación Agraria; por el otro delega la representación política en gente que busca una alianza con el sojero y menemista Luis Juez o con el J.P. Morgan, Aníbal Ibarra; y por último ofrece como salida al derrumbe del capital un subsidio por hijo a familias sin recursos y la segmentación de los impuestos a los capitalistas.
Un planteo anticapitalista
En el marco de la crisis capitalista convertida en crisis política, incluida la posibilidad de la caída del gobierno, la campaña electoral de nuestro partido deberá oponer un planteo anticapitalista a la polarización entre alternativas igualmente capitalistas y antiobreras. Habrá que insistir en que el adelantamiento no asegura ninguna salida indolora a la crisis, como pretende el oficialismo, sino que al revés se va a convertir en el prólogo de una bancarrota generalizada, en especial en el plano político. Las elecciones son una oportunidad para concentrar la atención de los trabajadores en la dimensión política de la lucha que libran en defensa del derecho al trabajo. Las patronales aprovecharán el adelanto para seguir la política de despidos y para extorsionar al gobierno y a la burocracia sindical con la amenaza de una mayor fuga de capitales. Por eso habrá que insistir en que las elecciones no pueden ser aceptadas como un pretexto para debilitar la lucha. Debemos brindar una atención especial al desenmascaramiento del centroizquierda, cuyo ‘perfil' progresista debe ser contrastado con la mediocridad de sus planteos, absolutamente incapaces de atacar al conjunto del régimen social que ha provocado semejante bancarrota. Finalmente, la polarización entre sojeros y oficialismo condena a la parte de la izquierda que se emblocó con la Mesa de Enlace a oficiar de chirolita electoral de estos intereses; no podrá exponer un planteo anticapitalista de nacionalización sin compensación del gran capital exportador agrario, bancario e industrial sin chocar con el ‘electorado' que pretendió ‘seducir'.
La oportunidad de que la izquierda que mantuvo una posición de independencia de clase, aunque vacilante, en el conflicto agrario organice una coalición anticapitalista para las próximas elecciones, tiene un carácter contradictorio. Sería beneficiosa para luchar contra el bloqueo de los medios de comunicación y para concentrar mejor la atención de una fracción de los trabajadores, en la lucha por desenmascarar al oficialismo y a la oposición patronal, pero especialmente al centroizquierda. Sin embargo, como lo indica toda la experiencia, debe ser desechada de inmediato si se manifiesta la tendencia a la lucha faccional propia de las sectas. Las sectas tienen, además, una incorregible tendencia a la capitulación ante la burocracia sindical - como lo testimonian todas las luchas de los últimos años. No es un dato menor que el conjunto de la izquierda se negara a admitir la inminencia de una crisis mundial y que interpretará los pronósticos acerca de ella como una manifestación de catastrofismo. Se trata, sin embargo, precisamente de la necesidad de tener una política para la catástrofe capitalista. Entendemos la construcción del partido revolucionario solamente sobre la base de un programa, y como una lucha por ganar a los trabajadores más enérgicos y avanzados.
17 de marzo de 2009
(*) Excepcionalmente, transcribimos un informe de la dirección del Partido Obrero a los militantes, con motivo del adelantamiento de las elecciones de renovación parlamentaria.

Asamblea Constituyente (*)
En uno de los plenarios se planteó un debate sobre la oportunidad de esta consigna. Se alegó que fue nuestra consigna a partir de 2000, cuando se inició la bancarrota del gobierno de De la Rúa. El punto es interesante e importante por varios motivos.
En primer lugar, es claro que la correlación política actual no es la de 2000/1. El gobierno de De la Rúa se ubicaba, digamos, a la derecha del panorama político, primero cuando ratificó la convertibilidad y adoptó medidas de ajuste, y segundo cuando incorporó a Cavallo. Los desocupados y piqueteros pasaron a ser la fuerza movilizada principal contra el gobierno; después de la partida de Chacho Alvarez se incorporó la clase media. Una caída del gobierno De la Rúa-Cavallo representaba una evolución positiva de la situación política, pues abría un campo de desarrollo para las masas. En la actualidad, la iniciativa opositora la tienen los sojeros y la derecha continental anti-chavista. Una línea de sustitución del gobierno con la justificación de la Constituyente llevaría agua al molino de la agitación sojera.
El punto fundamental no es, sin embargo, ese. El punto es que no hay ninguna clase social interesada en la Constituyente, sea subjetiva como objetivamente. En estas condiciones, la consigna es una pura abstracción. ¿Por qué? Porque con la crisis del kirchnerismo, el Congreso se ha convertido en el ámbito (transitorio) para dirimir la crisis política en su conjunto: no solamente para los sojeros/sojeros sino también para Macaluse, Lozano o Ripoll. Es posible que se desarrolle un doble poder entre el Congreso y el Ejecutivo; el propio Ejecutivo ha decidido dirimir sus diferencias en el Congreso. La clase obrera no está representada en el Congreso, pero las burocracias sindicales operan tanto a través de él como del Ejecutivo. La tentativa de desplazar al Congreso por medio de un Consejo Económico y Social ha llegado tarde; la burguesía prefiere el Congreso, por más esfuerzos que haga, en un sentido contrario, un ala de la UIA.
El lugar excepcional que ha encontrado el Congreso en la crisis política, explica la importancia excepcional que se le otorga a las elecciones de octubre. Este es un aspecto que no se encuentra tratado debidamente en el informe político. El informe salta un análisis detallado de este asunto, porque sostiene que la bancarrota económica forzará a un desenlace político con antelación, y que el carácter de las elecciones de octubre quedaría redefinido a partir de este cambio político. Pero la posición del informe no es absoluta; es solamente su hipótesis principal. Lo que emerge de todo esto es que nuestro partido debe llevar adelante una agitación especial para desenmascarar la función del Congreso como el ámbito donde el gran capital y sus satélites están diseñando la salida capitalista a la crisis del capital y a la crisis política. Sobre la base de esta campaña deberíamos lograr una delimitación de fuerzas que nos refuerce con vista a la lucha electoral, en cualquiera de los escenarios previsibles. El kirchnerismo ha demostrado que no piensa irse como De la Rúa y hay un importante sector de la burguesía que está planteando que una derogación de retenciones provocaría una crisis fiscal -que es el argumento de defensa del gobierno. No se puede descartar un choque institucional entre el Ejecutivo y el Congreso.
10 de marzo de 2009
* De un debate interno de hace diez días
Publicado en Prensa Obrera nº 1075

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