Foto: Ignacio Smith
El paro del 31 fue el más grande de la era K, y ha sido un golpe demoledor al sindicalismo kirchnerista. La oficialista UOM tuvo que declarar la “libertad de acción” a sus afiliados. Lo mismo ocurrió en el sindicato del subte, con una dirección cooptada a la CTA Yasky. Semejante actitud es una contradicción en sus términos, porque un sindicato es justamente la representación de la acción colectiva, en este caso a favor o en contra del paro -para la acción individual no hace falta sindicato. Ocurre que tanto Antonio Caló como Alberto Pianelli se enfrentaron al hecho consumado de que sus bases pararían masivamente, al margen de la dirección sindical. En la UOM se destacó el paro patagónico resuelto por un congreso zonal, a partir de una asamblea de Aluar. Otro tanto ocurrió con Acindar, cuyo sindicato es oficialista por partida doble -por la UOM de Caló y por pertenecer a una regional de la CTA Yasky. La misma adhesión se registró en la regional San Miguel de la UOM y en varias otras de la zona norte.
El vuelco al paro de bancarios, ya de cierta data, de Alimentación Buenos Aires de Daer y de varias seccionales de Luz y Fuerza son otros ejemplos de la disgregación de la CGT oficial. Agreguemos que la Federación de Luz y Fuerza ha prometido un paro mensual por ganancias y por el pase a planta de 6 mil tercerizados. Grandes plantas gráficas se adhirieron a partir de sus asambleas fabriles. En el caso de la docencia bonaerense, entre FEB y los Suteba combativos volvieron a parar a la docencia en masa, porque las escuelas abrieron pero no hubo clases. La UBA, de la mano del sindicalismo clasista de la AGD, no funcionó. Fate, la principal fábrica del neumático, también escapó al control de Wasiejko, que revista en las filas de Yasky. Los ferroviarios del Sarmiento decidieron en asamblea adherir contra la conducción heredera de Pedraza.
De manera que a los gremios del transporte como UTA y Fraternidad, que se abrieron del gobierno kirchnerista a pesar de su dependencia de los subsidios, se sumó una enorme fracción del resto de los trabajadores. Hasta los taxis de Viviani estuvieron menguados en la Capital. El paro en el interior fue muy fuerte, a diferencia de ocasiones anteriores. La primera conclusión de este gran paro nacional es el acta de defunción del sindicalismo kirchnerista.
No sólo por ganancias
La masividad del paro derrumbó la cantinela oficial de que se trató de una imposición de una “aristocracia obrera” que tributa ganancias. El impuesto al salario, que atraviesa a más de un millón de trabajadores de numerosos gremios, terminó abriendo una grieta en la extendida tregua de la burocracia sindical de todo signo, incluidos Moyano y Barrionuevo. Convocado 40 días antes para “negociar” y levantarlo, el paro tuvo que ser concretado como consecuencia de la intransigencia oficial. Pero detrás del resquicio abierto por el paro, la adhesión masiva puso de manifiesto una agenda bien más amplia: principalmente, el deterioro de salarios y jubilaciones por la inflación, así como la cuestión de los despidos y la precarización laboral. Kicillof se ha sentado sobre una exacción a los trabajadores -“ganancias”- que alcanzará los 140 mil millones este año, para pagar una deuda usuraria y sostener el festival de subsidios al capital. La inflación es el otro mecanismo de confiscación salarial y jubilatoria del “modelo”.
El paro y la transición política
El gobierno se ha apresurado a sumar al paro a la lista de agravios que atribuye a las “corporaciones”, a los Massa, Macri o Sanz. Lo cierto es que unos y otros se colocaron en la vereda de enfrente, sí, pero de la huelga. Las asociaciones patronales criticaron, mientras que “sus” candidatos lo ignoraron cuando no lo atacaron directamente. Los principales postulantes a suceder al kirchnerismo condicionan cualquier reforma del impuesto al salario a otra variante de confiscación a los trabajadores, sea por la vía de una devaluación o de tarifazos masivos. Pero la burocracia sindical que ha convocado al paro del 31 responde, precisamente, a esos “mosqueteros del ajuste”. La “paz social” que la burocracia sindical le ha prometido a los candidatos del gran capital incluye a la transición política entre este gobierno y el que vendrá.
La ausencia de un planteo de lucha para terminar con el impuesto al salario ayuda también a explicar la intransigencia oficial. Si CFK y Kicillof no sueltan la mano del impuesto es porque saben que los arrestos de lucha de la burocracia duran un suspiro.
En oposición a la perspectiva de una nueva tregua, la adhesión masiva al paro es un anticipo del carácter explosivo que podrían revestir las próximas paritarias. Como resultado de la carga del impuesto al salario, en varios gremios se debaten aumentos del 40 al 50%, así como se refuerza el reclamo para que las patronales lo absorban. Los convocantes al paro del 31 creen que han descomprimido una olla a presión, como si la clase obrera no estuviera cada vez más sacudida por reivindicaciones acuciantes. El paro refuerza las luchas paritarias en curso -por caso, los aceiteros de San Lorenzo acaban declarar la huelga indefinida por un salario mínimo de 14.931 pesos, la verdadera canasta familiar. Lo mismo vale para la lucha de grandes plantas gráficas que han declarado la quiebra como WorldColor, y así con el conjunto de luchas obreras planteadas.
En este cuadro se destaca el acierto del plenario clasista convocado por el Sutna San Fernando, donde 400 delegados y activistas de la izquierda prepararon con un programa y una política la intervención frente al paro -incluso, frente a la alternativa de su eventual levantamiento. Los piquetes y movilizaciones quebraron el carácter matero que intentaron imprimirle Moyano y Micheli, lo cual se notó no sólo en Buenos Aires, sino también en Santa Fe y en Mendoza, donde la CTA clasista se apartó por completo de la orientación nacional de esa central.
Otra polarización
El paro devuelve protagonismo a un movimiento obrero que había sido sacado de la escena nacional en la crisis Nisman, y a quien se pretendió colocar como furgón de cola de las variantes patronales en pugna. El gobierno ha recibido otro golpe descomunal, pero esta vez por parte de los trabajadores. En medio del esfuerzo tenaz para polarizar la transición política entre los candidatos del gran capital, el paro deja planteada otra polarización -la que opone a la clase obrera y sus reclamos contra los representantes sociales y políticos del ajuste. Esa polarización debe ser desarrollada, con una orientación sindical y política definidas.
El debate de un plan de lucha para darle continuidad debe ser una prioridad para la izquierda y el clasismo. Este reclamo no puede ser el pretexto para una confraternización con la burocacia opositora, sino, por el contrario, la oportunidad de un mayor desarrollo y delimitación del activismo clasista. Que la alternativa de un paro de 36 horas con movilización a Plaza de Mayo sea elaborada en asambleas y plenarios con mandato para arrancar las reivindicaciones planteadas. Todo gran paro nacional es siempre nuestro paro, pero en este caso coloca a la clase obrera en el centro de una gran crisis política. Desarrollar esa perspectiva es la gran tarea que debe abordar el Frente de Izquierda, el único bloque que apoyó y militó sistemáticamente por el parazo del 31.
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