
‘Carta Abierta’
No sería justo, de todos modos, enconarse con Nilda Garré. Después de todo, esa línea para la conferencia había sido pactada de antemano entre todos los gobiernos, bolivarianos o no, incluso con la participación de Colombia. Una semana antes de la reunión, Uribe había hecho una gira relámpago y muda (sin declaraciones) por Brasil, Paraguay, Argentina, Uruguay, Perú y hasta Bolivia. La seguridad política con la que el colombiano afrontó la ‘prueba’ de Bariloche quedó de manifiesto en su pedido, que incomodó a todos sus congéneres, para que la reunión ‘fuera televisada’. El más contrarrevolucionario de los asistentes se encargó de reclamar la más revolucionaria de las diplomacias. Así, los pueblos pudieron ver cómo capitulaban sin sonrojos los líderes nacionalistas.
El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, superó a todos sus colegas, sin embargo, cuando decidió darle a la capitulación en ciernes un barniz ideológico. En una “Carta a los Presidentes de la Unasur” tuvo la mala idea de copiar una elucubración del ‘lobby’ kirchnerista Carta Abierta y sostener: “No creemos en una sociedad carente de conflictos... entendemos que estamos llamados a asumir mejores conflictos, a reconocerlos y contenerlos, de vivir... productiva e inteligentemente con ellos”. Es precisamente lo que hizo en Bariloche: reafirmar la “sociedad” con Uribe en la Unasur, y “contener” el choque producido por las bases y darle un uso “productivo y eficiente” (Página/12, 27/8). Chávez expuso, en estos términos, las características conservadoras del nacionalismo burgués, cuando procura la conciliación de clases y bajo ningún punto de vista la abolición de la sociedad clasista. Por eso mismo, su planteo comienza con la afirmación de que “...una sociedad carente de conflictos... sería una entelequia...”, nada menos que en una Carta por el ‘conflicto’ creado por las bases en la ‘sociedad’ suramericana.
Capitulación
Los defensores del acuerdo de Bariloche arguyen que lograron la admisión de que las tropas yanquis deberán limitarse a funciones internas y que impusieron una verificación del acuerdo firmado entre Estados Unidos y Colombia. La ingenuidad de estas afirmaciones raya en la hipocresía; tanto Chávez como Correa demostraron en sus discursos que el carácter del emprendimiento militar yanqui-colombiano supera las fronteras y es imposible de verificar y controlar. Solamente los aviones radares Awacs tienen un alcance continental y el concepto de la base, FOL –o sea operaciones avanzadas– , excluye esas limitaciones. Estados Unidos ya tiene instaladas 129 de ellas a lo largo del planeta. Como Colombia tiene fronteras en el Pacífico y el mar Caribe (acceso al Atlántico), las bases combinan con la acción de la renacida IV Flota. Todo esto desmiente la tesis de las concesiones que habría admitido Uribe en el comunicado final. Para el especialista argentino Gabriel Tokatlian, “el restablecimiento en 2008 de la IV Flota... (y) el uso de varias instalaciones militares en Colombia... permite al Comando Sur... ir facilitando la aceptación en el área de un potencial Estado gendarme en el centro de América del Sur” (El País, 21/8). Para Tokatlian, “se ha producido una militarización de la estrategia internacional de Washington...; el Comando Sur tiende a comportarse como el principal interlocutor de los gobiernos del área y el articulador cardinal de la política exterior y de defensa estadounidense para la región”. ¿De qué ‘contención’ o ‘verificación’ hablan, entonces, ‘nuestros’ mandatarios? “Obama hoy puede decir –se alegra Ambito (31/8)– que el Plan Colombia no fue rechazado en Bariloche”. Digamos, a propósito de esto, que Obama instala bases en el mismo país al que le ha negado la firma de un tratado de libre comercio ¡debido a que viola los derechos humanos!
Los gobiernos bolivarianos no necesitan defender su posición con la lingüística encubridora de Carta Abierta. “Un diplomático ecuatoriano de Rafael Correa confió a Clarín” (29/8), que “ante el hecho consumado, no podíamos dejar de emitir una declaración que nos mostrara unidos” (con Colombia). “Era más importante la unión y el futuro de Unasur (sic) –agrega–, que una declaración que no fuera unánime o que motivara la ruptura con Colombia”. Esta opinión la han compartido todos los voceros latinoamericanos y no latinoamericanos del movimiento bolivariano. “No caímos en la provocación” es, ahora, la gran contraseña. Lo mismo dijeron cuando se abrazaron en Santo Domingo después del bombardeo al campamento de las FARC en Ecuador. Siguen reculando. Se trata, en definitiva, de un planteo insostenible: la expulsión de Colombia de la Unasur habría clarificado definitivamente la situación con “el imperio” y habría puesto al gobierno norteamericano en una enorme crisis. ¡Es lo que tratan de hacer China, Rusia, Irán y hasta la Unión Europea, en función de sus diferentes intereses nacionales! También hubiera sido clarificador el planteo de la incompatibilidad de las bases con la Unasur, en el caso de que la expulsión de Colombia no llegara a ser compartida por los K, Lula, Bachelet o Tabaré Vázquez. La ‘declaración unánime’ no constituye ningún escudo defensivo para los regímenes enfrentados con “el imperio”; todo lo contrario, es un cheque en blanco para seguir cediendo y negociando desde posiciones debilitadas. La prueba más contundente de la esterilidad de la Unasur y de los resultados de Bariloche se refleja en el asunto de Honduras: el golpe no fue tratado en la reunión, ni fue ligado a la cuestión de las bases (también hay bases yanquis en Honduras, pero se las omite porque son centroamericanas y no suramericanas), mientras que el retorno de Zelaya, incluso condicionado, no ha avanza ni un milímetro.
Plan Colombia
De todos modos, lo más grave del comunicado es precisamente aquello que los bolivarianos más defienden: que las bases en cuestión solamente podrán ser usadas en el ámbito interno. Estamos ante un completo abandono de la política de “canje humanitario” y “salida acordada” al conflicto con las FARC, y ante la admisión política de la intensificación de la guerra interna. El punto es que la intensificación de la guerra lleva, necesariamente, al reforzamiento del Plan Colombia y de la intervención norteamericana y, por lo tanto, a la militarización de la región y a los conflictos militares. El peligro de un cercenamiento de la Amazonía no viene de los escenarios que se estudian en los textos de los colegios militares de Europa y de Estados Unidos, sino de la intensificación y del desborde de la guerra interna en Colombia, y de la supermilitarización de Colombia so pretexto de esa guerra. ‘Nuestros gobernantes’ se quejan, diplomáticamente, por lo que insinúan los textos, pero reculan cuando la amenaza toma una forma concreta. El documento de Bariloche sigue la línea del derechista Brookings Institute, que acaba de recomendar a Brasil “aumentar su cooperación en temas de seguridad con el resto de la región y apoyar la legítima lucha del gobierno de Colombia contra las FARC” (La Nación, 28/8) (el acuerdo de la Unasur se compromete, precisamente, a esto, bajo el rubro del combate al terrorismo). Los derechistas siguen: “Bajo el liderazgo de Brasil, la Unasur debería condenar inequívocamente a las FARC...”.
La capitulación de la Unasur debiera ser suficiente para que quienes la defienden en nombre del antiimperialismo desanden el camino. Se trata de un bloque que encubre bajo sus planteos de autonomía un plan de desarrollo industrial militar y de reforzamiento de los ejércitos. En diez años, el gasto militar ha aumentado diez veces en la región. La industria militar es una deformación del desarrollo industrial que necesitan las naciones atrasadas. Todo esto tiene como consecuencia una mayor reducción de gastos sociales y un reforzamiento de los aparatos represivos del Estado. Las burguesías nacionales manifiestan cotidianamente su avanzadísimo estadio de agotamiento, incluso en sus variantes indigenistas y bolivarianas.
Jorge Altamira
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